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Los años y los días (Lectura oblicua II)

Días pasados volví a incursionar en la biblioteca de mi esposa. Otra vez sin previsión ni objetivo. Lo mejor que tienen estas incursiones es la novedad. Y leer un libro a dúo, aunque diferido. Pasear los ojos por donde antes se posaron los de ella, escuchar su voz en la lectura.

Esta vez me vine con “Los años”, de Annie Ernaux. Ya sabemos, escritora francesa, premio Nobel 2022, nacida en 1940. Había varios libros de ella, y no me equivoqué con el que elegí. O cuando ese libro, esa autora, me eligieron de la mano de mi esposa.

Dicen que los libros son una especie de conversación diferida, un monólogo que inicia el autor confiando en que algún día un lector lo transformará en diálogo. Puede ser. Siempre que abrimos un libro la voz del autor se levanta en el aire, y el mundo que escribió nos rodea. Eso pasa. Y también que cada lector lee con sí y para sí lo escrito, con su historia y su sensibilidad. Porque cada uno lee, finalmente, un libro único. No es un diálogo de ida y vuelta. El autor puede llevar muerto años, o no enterarse jamás, como Ernaux en este caso, de este lector concreto en un país remoto. Es un diálogo en tanto hay algo más que una recepción del libro leído. Se trata, como en la música, de una interpretación, del lector como intérprete de una melodía brindada por el autor.

Esta vez sucedió algo más. La voz de este libro era la de mi esposa, y a su vez hablaba por mí. Incluso bien podría ser mi historia. Más que en los detalles biográficos, en los ritmos y tonos que toma toda biografía para tener sentido. Recordemos, Ernaux, en este libro, narra lo que podría ser su biografía. No tiene pretensiones de autobiografía, creo, sino de relatar su experiencia de vida a lo largo de los años. Que los hechos narrados sean la verdad de su historia, es otra cosa. Suenan verdaderos en tanto los aceptamos como ficción.

Se me dirá que todos los libros de ficción son verdaderos de ese modo. Pero este tiene el modo de una generación que conozco, de una mujer que conozco, de una historia que bien podría ser la nuestra. Trato de explicarme: si oigo hablar a la autora, mientras despliega su historia, su voz me llega desincronizada, como a destiempo y con nuestro acento. La autora me lleva quince años, y a mi esposa, veinte; la vida que narra sucede en Francia ¿por qué escucho nuestra historia allí?

Hay un clima de época, y un modo de vivir ese clima de época. Nos gusta enmarcar nuestra historia con música, con películas. Decimos nos vestíamos así, escuchábamos tal canción entonces. Sin embargo, este libro me llevó a pensar que la época, la historia, nos moldea. Que pone ante nosotros caminos, pero también modos de valorarlos, de recorrerlos. Leyendo a Ernaux sentí eso, una sinfonía. Con ligeros diferimientos de tiempos, de lugares, de música incluso, cantaba nuestra canción, la cantábamos juntos, al glorioso compás que nos hace únicos.

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