«Siento que si pude hacer esto, si pude bancarme el temor y la sensación de dolor constante para lograr algo que tanto deseaba, puedo hacer lo que sea… Ahora no me frena nadie». Con una sonrisa ganadora, Martín Saldaño (34), porteño que vive hace una década en Alemania, dice estar atravesando el momento más importante después de una operación estética que le cambió la vida.
Saldaño toda su vida renegó de su metro setenta de altura. Nunca fue un trauma, enfatiza, pero sí algo que lo frustró en distintas etapas de su vida amorosa y social. «Nunca me hicieron bullying, lo quiero dejar en claro… Sí algunas parejas que he tenido, en alguna oportunidad remarcaron mi estatura, por eso cuando tuve esta oportunidad no la desaproveché, aunque mi entorno no estuviera a favor», dice el argentino que trabaja en el área de marketing de una empresa tecnológica en la ciudad de Colonia.
A fin de 2022, Saldaño viajó a Estambul, Turquía, para realizarse la cirugía que le permitiría ser más alto. «Había leído mucho sobre este proceso de estiramiento conocido como LON, que significa alargamiento óseo sobre clavo intramedular y que aplica una técnica de extensión manual». Es un tipo de cirugía completamente distinto al implante en los talones al que se sometió Ricardo Fort para ganar 3 centímetros.
En qué consistió la cirugía de alargamiento
La intervención, que duró 4 horas, no fue nada sencilla: requirió que se cortara el fémur por la mitad, con un corte transversal, con lo cual quedó un fémur superior y otro inferior. «En esa abertura se inserta un dispositivo telescópico que conecta ambas partes -puntualiza Saldaño-. El cuerpo, creyendo que se trata de una fractura, osifica la zona y pasado un tiempo, la separación de ambos fémures se va estirando 1 milímetro o dos por día, según la reacción ósea».
Terminado el proceso de estiramiento se lleva a cabo otra cirugía para remover los fijadores externos utilizados para el método de extensión cotidiana, y para la reeducación del hueso propio -no hay un implante externo- y de los tejidos blandos (músculos) que deben acomodarse a la nueva estatura.
Pasado un año se hace una revisión para limpiar la zona y advertir cómo el cuerpo terminó de regenerarse. Si toda está en orden, el nuevo hueso reacciona naturalmente.
Saldaño se tomó una semana de vacaciones para operarse y «estar compenetrado con la recuperación y la medicación recetada para bancar los dolores, algo que no sería sencillo». Después permaneció en la clínica de Estambul tres meses. «Allí funciona, también, un sector de hotelería y gimnasio especializado, por eso decidí quedarme allá, por si ocurría cualquier inconveniente. Por otra parte, como mi trabajo no requiere presencialidad, podía responder de manera remota.
Sin embargo, subraya que «la situación siempre estuvo bajo control. Nunca fue una situación imposible. Estuve medicado con analgésicos y cuando no eran suficientes me recetaban algo más potente. Los médicos de la clínica decían que yo fui un paciente ideal y debo agradecerlo. Hay gente que interrumpe el procedimiento, por el estrés que le produce el dolor que se les va de las manos».
Ante un posible «miedo al sufrimiento», Saldaño lo descarta de cuajo. «No, para nada. Mi único miedo era el de llegar a Estambul y arrepentirme, porque me han dicho que echarse atrás podía suceder». ¿Costos de todo el proceso? Dice que pagó 35 mil euros. «Pedí un préstamo en el banco a devolver en seis años. Pago unos 300 euros mensuales que no me afectan la economía diaria».
«Sensación de éxito»
La determinación de hacerse la operación fue «un tema estético viviendo en Alemania, porque de haberme quedado en Argentina no lo habría hecho. Aquí -habla con Clarín desde Colonia- la altura promedio del varón es de 1.80 y yo me sentía un chichón del piso».
Saldaño vivió algunas experiencias no traumáticas, quizás sí frustrantes. «Me pasó de haber tenido encuentros con chicas vía Tinder y más de una vez leí que ponían sus exigencias después de un primer encuentro: ‘el hombre tiene que medir más de 1.75’. Saber que ahora estoy por encima de la media y que por la altura me veo hasta algo más atractivo hacen que me lleve el mundo por delante, lo vivo como una sensación de éxito, de triunfo».
Siempre anheló ser más alto y nunca imaginó que podría lograrlo. «Si bien no lo viví como un trauma, reconozco que nunca me gustó esa característica física, pero yo hasta la operación tuve una buena vida. Desde que vivo en Alemania sí advertí que el tema altura tiene un mayor valor estético. No quisiera leer que un argentino traumado se alargó las gambas porque sería una mentira… Acá lo más importante es la novedad tecnológica, la impensada posibilidad que se le abre a la gente de baja altura».
«Tampoco te puedo decir que mi estado de ánimo empoderado se debe sólo a ser 10 centímetros más alto, sino que también soy consciente de que no sólo hay una sensación de éxito y triunfo, sino una autopercepción mejorada, que hace que ahora tenga más éxito cuando tenga citas con el sexo opuesto».
MG