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El miedo de los testigos de la masacre de González Catán: muchos se fueron, otros se encerraron y pocos hablan

«La puta madre, nos van a pegar un tiro… Y lo peor es que no se va a enterar nadie». Dos horas y media después de salir del centro de la ciudad de Buenos Aires, estamos en el borde de González Catán, intentando llegar al barrio 8 de diciembre, donde el último domingo, tras un feroz tiroteo, fueron asesinados cinco vecinos por la toma de terrenos. La última parte del recorrido se realiza a tientas, ya que el GPS deja de funcionar porque no hay señal. Luis, el remisero, sufre por su seguridad pero también por la salud de los neumáticos y amortiguadores.

Fotógrafo y cronista de Clarín tienen el objetivo de llegar a la tosquera donde se venden y revenden terrenos usurpados y donde se produjo «la carnicería» -como dirán más tarde los baqueanos-, con el objetivo de conocer el lugar e intentar hablar con los vecinos. Los caminos poceados y de tierra hacen que la velocidad no supere los cinco kilómetros y que el destino parezca insondable..

La primera vida humana que aparece en los últimos quince minutos -hasta aquí se vieron patos, gallinas y caballos- es una mujer con una gorra que dice «policía». Vive casi en un chiquero con su hijo adolescente. «¿El barrio 8 de diciembre?». Sonríe con cara de pocos amigos e introduce su cabeza a través de la ventanilla del auto. «Yo te indico, seguime, pero no me menciones», murmura.

Una vez que señala el lugar, pregunta interesada: «¿Es verdad que agarraron a la Juana, la jefa?». La noticia ya había llegado por boca de vecinos colgados a Internet. Acaba de ser capturada Juana Correa Villalba (43), paraguaya, sindicada como la responsable del negocio de la venta de terrenos usurpados. Sobre ella pesaba un pedido de captura nacional e internacional, pero finalmente pudieron dar con su paradero y fue detenida el jueves en San Justo.

La geografía y la sensación de peligro generan tensión, pero los rezongos del remisero ponen los pelos de punta: «¿Qué estoy haciendo acá? ¿Para qué vinimos? Yo hasta acá llego, el auto no puede subir por ese camino». Nos rodean unas gallinas hambrientas y nada temerosas. Estamos en el medio de un campo que, de no saber que goza de mala reputación, lo pensaríamos para un fin de semana de desconexión. Bajamos del auto con el fotógrafo y nos ponemos a caminar hasta que aparece Janet (31), junto a tres niños, tirando una carreta con chatarra».

Janet (31) vive cerca de la tosquera donde mataron a cinco vecinos. Janet (31) vive cerca de la tosquera donde mataron a cinco vecinos. «Hay mucho miedo y se fue un montón de gente». Foto: Juano Tesone«Yo vivo más allá, vengo a traerle un cochecito a mi hermana», dice medio huidiza. Se le pide permiso para acompañarla y ella mira si hay curiosos. «Acá el tema es jodido si no pagás o si te demorás con el pago del terreno, que hoy anda por el millón de pesos. Si no cumplís te aprietan y si te rebelás, te incendian la casa», habla mientras mira a los costados intranquila. «Te pueden llegar a dar una semana de plazo, diez días, pero si no pagás te mandan a Maxi, ‘el capataz’, que siempre está enfierrado, y los muchachos», cuenta Janet que vende rifas.

Menciona por lo bajo a Juana (Correa Villalba), la que manda, y a Rosa, su mano derecha. «Ellas son correctas, pero andá a contradecirles… Siempre están rodeadas de un par de tipos pesados… Y acá los vecinos son gente de bien, que se levanta temprano y se va a trabajar. Ahora hay mucho miedo y vas a notar que muchos se fueron después de lo del domingo, otras familias sacaron a sus hijos de aquí y hay otros que están encerrados en sus casas, muertos de calor, pero no quieren salir y mucho menos hablar».

Panorama del barrio 8 de diciembre desde una loma. La situación habitacional es de extrema precariedad. Foto: Juano TesonePanorama del barrio 8 de diciembre desde una loma. La situación habitacional es de extrema precariedad. Foto: Juano TesoneSe despide Janet, prefiere no seguir hablando «porque vi que nos están filmando». Y mientras se aleja agrega: «Cada semana tenés que pagar por algo, que la luz, que el cable, siempre te dicen que debés algo… diez mil, veinte mil y hasta cien mil pesos, billete por billete».

La sensación térmica en la tosquera parece cinco o diez grados más que en la ciudad. Encaramos un camino con casillas a los costados y vemos gente sentada respirando el tufillo agobiante que, cuando nos ven, se mete adentro. La construcción y los lotes son muy parecidos, de ladrillo, madera y chapa, con un frente de unos diez metros y una profundidad de alrededor de treinta metros. Se calcula que viven en este predio entre 120 y 150 familias.

Dionisio (54), albañil boliviano, se hizo otra vivienda para sus hijos. En febrero de 2023 pagó por su terreno 500 mil pesos. Foto: Juano TesoneDionisio (54), albañil boliviano, se hizo otra vivienda para sus hijos. En febrero de 2023 pagó por su terreno 500 mil pesos. Foto: Juano TesoneContinuamos el recorrido y vamos haciendo escalas. Aplaudimos, chiflamos, pero nada. Se divisa la silueta de una mujer espiando detrás de una cortina. Tras varios intentos, en otra parada se acerca Dionisio (54), de mirada sufrida. «Te venden el terreno pelado, vos tenés un tiempo para construir», indica el albañil boliviano, que decidió no ir a trabajar para cuidar su vivienda que compró hace casi un año. «Yo pagué 500 mil pesos y le llevé la plata en un bolso a Juana», comenta el hombre de largos silencios.

¿Cómo se vive en este lugar, cómo es el día a día? «Es lo que hay, a esto pudimos llegar. Encima que nos rodea la total pobreza, acá tenés lo mínimo de lo mínimo. Y, ahora, encima, hay mucho miedo a las represalias… Nos enteramos de que a Juana la agarraron, pero está su gente por aquí. El otro día aparecieron unos encapuchados que siempre merodean». Dice que sus hijos ni su mujer están, «se fueron por un tiempo» y se vuelve a tomar mate con otro vecino.

Después de la masacre del domingo, los vecinos dicen que Después de la masacre del domingo, los vecinos dicen que «ahora se ve algo de presencia policial». Foto: Juano TesoneA la distancia se ve una camioneta de la policía patrullando por los sinuosos caminos de tierra del barrio. Da cierta tranquilidad a un lugar que, en este momento, asusta de tan sereno. Suena el teléfono del cronista. «¿Dónde están? ¿Están bien, están bien?». Es el remisero fastidiado que espera a un kilómetro de donde estamos. «Yo me estoy moviendo, no me quiero quedar quieto, pero métanle, loco».

Vemos a una nena jugando a unos doscientos metros de la casa de Dionisio. El barrio sabe de la presencia de Clarín y los vecinos se van llamando para advertir sobre los intrusos de prensa. Jazmín (5), sonriente, se acerca al cronista y sale corriendo a llamar a su papá. Se acerca Leonel (23), precavido. «Debo ser el más nuevo del lugar. Llegué hace diez días y aquí estoy, agarrando la única chance que se me presentó», dice con una sonrisa de resignación.

Leonel (22), remisero, junto a su pequeña hija. Es el más nuevo del predio: llegó hace diez días. Leonel (22), remisero, junto a su pequeña hija. Es el más nuevo del predio: llegó hace diez días. «Ya no podía pagar un monoambiente en Villa Celina». Foto: Juano Tesone«Vivía en un monoambiente en Villa Celina, pagaba unos 150 mil pesos y me lo iban a subir a 250 mil. Una locura para mi presupuesto. Me hablaron de este lugar, que había un terrenito y vine a ver. Me dijeron que la fuera a ver a Juana, me pidió un millón de pesos, junté la guita laburando en el auto y lo compré«, cuenta el joven mendocino, que tampoco fue a trabajar para no dejar a mi mujer ni a mi hija solas. «Todo está muy enrarecido, pero no puedo hablar mucho porque soy un recién llegado. El domingo de la balacera no estaba, tampoco pregunté mucho, sólo sé que se fue un montón de gente».

En una cabaña, la más cálida de todas, donde hubo otra inversión, está Washington, el único ecuatoriano, y anfitrión, cebando mate con sus amigos bolivianos Félix y Marcos. Nos acercamos, suman dos sillas a la ronda, convidan un mate y piden por favor no sacar fotos. «Nos juntamos para no estar solos, la unión hace la fuerza… y tenemos miedo. A nuestras familias las acomodamos por otro lado, en casas de parientes. Esto que pasó el domingo no va a quedar así y estamos en guardia, hay mucho soldadito dando vueltas».

Valeria le pone doble candado a la puerta de su casa por temor a que se la usurpen. Foto: Juano TesoneValeria le pone doble candado a la puerta de su casa por temor a que se la usurpen. Foto: Juano TesonePasa otra vez un patrullero, saludan los tres, pero la presencia policial los intranquiliza. El dueño de casa pide amablemente que nos retiremos. A unos cien metros vemos a una mujer sentada, también un hombre mayor que no habla. Ella se presenta como Valeria Suca (36), boliviana, que trabaja en un comedor comunitario y tiene seis hijos. Reconoce tener miedo, pero expresa su necesidad de hablar.

«Hace veinte años que llegué a la Argentina y siempre viví en Capital, en Soldati, hasta que se me hizo imposible seguir alquilando. Vivía con mis seis hijos, pagaba 150 mil pesos y me lo aumentaron». Se despide de su compatriota con quien estaba, donde está pasando las últimas noches junto con otra vecina, y nos invita a conocer su techo doscientos metros más allá.

En uno de los caminos de la tosquera flamean las banderas (argentina, paraguaya, boliviana y peruana) de las comunidades que viven aquí. Foto: Juano TesoneEn uno de los caminos de la tosquera flamean las banderas (argentina, paraguaya, boliviana y peruana) de las comunidades que viven aquí. Foto: Juano Tesone«Yo vi todo lo que pasó el domingo. Fui a una asamblea de vecinos y cuando estaba por llegar empezaron los tiros, una locura. Salí corriendo pero el tiroteo también se fue moviendo en dirección a mi casa. Estaba desesperada porque tengo hijos chiquitos. Cuando llegué, mis hijos jugaban, pero escucharon los gritos y vieron cosas horribles, pobrecitos. Los encerré en casa, pero también entraron otros nenes con sus padres». Se quiebra Valeria al repasar las recientes imágenes.

Volvió a salir y ayudó a los heridos que sangraban. «Tuve que hacer torniquetes para que no se desangraran. Llamamos a más vecinos para que ayudaran, era una locura. Pedimos una ambulancia, la Policía nunca vino y terminamos cargando a los heridos en camioneta y se los llevaron al Hospital Evita, fue una pesadilla, no quiero vivir más algo así».

Valeria Suca: Valeria Suca: «Esto es todo lo que pude lograr en veinte años en el país». Foto: Juano TesoneEstamos en la casa de Valeria, donde la temperatura debe ser diez grados más que afuera. El techo de chapa recalienta la atmósfera, no hay un ventilador y una planta en una maceta parece irrecuperable. «Esto es todo lo que pude lograr en veinte años en el país. Es lo único mío trabajando todos los días sin descanso. Si me voy, ¿qué hago? La ciudad me echó por no poder pagar un alquiler y estar aquí es estar fuera del sistema«. Su dignidad, su mirada vidriosa, su entereza conmueven.

Se le pregunta por sus hijos. «Están en Capital, en el departamento de Angel, mi hijo mayor, que es chef y trabaja en un restorán en Palermo», dice Valeria con orgullo. «Los cinco están allí, viven en una habitación. Sí, un poco apretados, pero van a estar mejor que acá». Se le escapa una lágrima, se la seca rápido. Nos vamos en silencio, un silencio que se rompe con un mensaje del remisero: «¿Cuándo vienen, carajo?».

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