Es tal el amor que Cristina García Rodero siente por lo suyo que, cada vez que una de sus instantáneas se le hace visible desde dentro del líquido de revelado, siente lo que imagina que sentirá una madre que ve sonreír por primera vez a su bebé. Así queda demostrado en una de las escenas de ‘Cristina García Rodero: La mirada oculta’, documental a lo largo del que esta fotógrafa pionera -autora del libro seminal ‘España oculta’ (1989), primer miembro español de la mítica agencia Magnum, Premio Nacional de Fotografía, Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes- aparece repasando su obra, explicando los fundamentos de su método y viajando por el mundo para acercarse un poco más a la eternidad.
Según confiesa usted misma, no le gusta ser entrevistada no ponerse frente a la cámara. ¿Por qué, a pesar de ello, accedió a protagonizar este documental?
Es cierto, en general prefiero que mis fotografías hablen por sí solas. Pero, si la gente a la que yo quiero capturar en imágenes se negara a ser fotografiada, yo no podría hacer mi trabajo; dependo de la generosidad de los demás, tanto de quienes se dejan retratar como de quienes me ayudan a acceder a determinados lugares o a moverme entre las masas. Por tanto, siento que yo también debo ser generosa con otros artistas, especialmente si tienen tanta valía y pasión como la directora de esta película, Carlota Nelson.
Durante mucho tiempo las fiestas populares se habían asociado a lo primitivo, lo inculto, lo vulgar y lo bárbaro
En el documental, reconoce que su profesión está a caballo entre la documentación gráfica y la creación artística. ¿Cómo se mantiene ese equilibrio?
Cada persona fotografiada es un mundo. Al enfrentarse a la cámara está mostrando miles de cosas, y a mí me corresponde gestionarlas de con tanta empatía y tanta creatividad como sea posible. Y ese proceso es en parte etnográfico y en parte documental pero, al mismo tiempo, cada una de mis fotografías es como otro párrafo de un gran relato, que es el de mi forma de ver la vida.
La fotógrafa Cristina García Rodero es la autora del libro seminal ‘España oculta’ (1989) y el primer miembro español de la mítica agencia Magnum. REDACCIÓN
Por su experiencia, ¿la gente corriente a la que los fotógrafos profesionales tratan de retratar se siente intimidada por la cámara, o más bien seducida por ella?
Yo creo que depende mucho de quien lleve la cámara y cómo la utilice, porque hay fotógrafos que son verdaderas aves de rapiña; como en el caso de Atila, allí por donde ellos pasan no crece la hierba. En todo caso, es imposible generalizar. En una ocasión, recuerdo, fotografié una escena cotidiana que me parecía de lo más tierna y graciosa, y un hombre que aparecía en ella reaccionó de forma furibunda contra mí. Me trató como a un perro sarnoso.
A principios de los años 70 la gente se reía de mí. Decían, “¿Adónde se cree esta que va? Va a durar dos años”.
En su opinión, ¿hay cosas que nunca deberían ser fotografiadas? ¿Son necesarios límites morales?
Todo fotógrafo sabe perfectamente cuándo se encuentra en una situación en la que hacer la foto resulta irrespetuoso y abusivo, incluso si se ha obtenido permiso para hacerlo. Mi propio límite es el dolor de los demás. Verlos sufrir me paraliza, no puedo disparar; me tapo la cara con la cámara para que no se me vea llorar. Tengo una foto de una madre que se despide de su bebé de 18 meses, recién fallecido, cuando lo van a enterrar. Recuerdo que, justo antes de dar un beso a la criatura, la mujer me miró. Ese instante fue uno de los momentos más difíciles de fotografiar de toda mi vida, pero también una de mis fotos más amadas.
El libro que la dio a conocer, ‘España oculta’, recopilaba fotografías tomadas desde 1973 del mundo rural y las festividades y ritos populares de todo el país. ¿Por qué cree que fue tan revolucionario?
Durante mucho tiempo las fiestas populares se habían asociado a lo primitivo, lo inculto, lo vulgar y lo bárbaro. Se las veía como un recordatorio de la pobreza y el poder religioso que habían imperado en la época de Franco. Mi objetivo fue demostrar que la cultura y tradiciones populares no son ignorancia sino sabiduría, y que es imprescindible evitar que caigan en el olvido.
La fotógrafa Cristina García Rodero, en acción. REDACCIÓN
¿Queda algo del país que ‘España oculta’ retrata?
Muy poco. Me lo dicen mucho: “Cristina, la España que tú fotografiaste ya no existe”. A mí sobre todo me maravillan las carreteras de ahora, son increíbles. A las de entonces yo las llamaba carreteras asesinas.
Actualmente, gracias a la inteligencia artificial, para crear fotografías no hace falta ni cámara. ¿Qué le parece?
A decir verdad, no estoy segura. Supongo que habrá que acostumbrarse a que exista un área dentro del arte fotográfico basada en la creación con inteligencia artificial, y seguro que tendrá su valor, pero sé que la fotografía de lo real nunca va a morir. Para ser justos, hay que asumir que todas las disciplinas artísticas han vivido en permanente transformación a causa de los avances tecnológicos. Las cámaras que los fotógrafos usamos hace tiempo que se encargan de hacer todos los ajustes y mediciones automáticamente. Recuerdo que, cuando estuve en los campos de refugiados kosovares, había quien me agarraba el fotómetro y se lo acercaba al oído pensando que era un teléfono.
Y de los ‘selfies’, ¿qué opina?
Es una obsesión que me cansa y me aburre muchísimo como ciudadana, y que me preocupa como trabajadora. Actualmente, cuando acudo a fotografiar un acontecimiento, es casi imposible esquivar todos los teléfonos móviles que acaparan todo el campo de visión. Para los fotógrafos profesionales, son una verdadera plaga.
Yo no tengo hijos, me habría sido muy difícil cuidarlos con la vida que he llevado. Y no sé qué va a pasar con mis fotografías cuando yo no esté.
Ser mujer en un mundo que durante tanto tiempo ha sido eminentemente masculino, ¿le dificultó mucho el trabajo?
A principios de los años 70 la gente se reía de mí. Decían, “¿Adónde se cree esta que va? Va a durar dos años”. Recuerdo que Julia Otero me dijo una vez en una entrevista: “Tú no tienes físico de reportera, tienes aspecto de mamá”. Y sí, soy pequeña, mido metro y medio. Pero mi fuerza no está en el físico sino en la mente; la cabeza tira del cuerpo, y a lo largo de todos estos años se ha ido fortaleciendo. Ahora bien, tengo 74 años, y sé que me queda un cuarto de Telediario antes de que el cuerpo deje de obedecerme.
Hablando del paso del tiempo, ¿cuánto le preocupa su legado?
Muchísimo. Yo no tengo hijos, me habría sido muy difícil cuidarlos con la vida que he llevado. Y no sé qué va a pasar con mis fotografías cuando yo no esté. Hay un museo que lleva mi nombre, y estoy pensando en crear una fundación para evitar a mi familia el quebradero de cabeza de gestionar toda mi obra. Pero antes de que eso suceda, cuando ya no sea capaz de viajar a México para fotografiar el Día de Muertos o a India para asistir al festival Kumbh Mela, me dedicaré a trabajar en mi archivo para ir allanando el camino a los que vendrán después.