«Soy una cieguita inquieta, no puedo parar y me gusta ser así». Sandra Dajnowski es arquitecta, tiene 59 años y hace 12 se quedó ciega «de manera inesperada», dice. Tras el impacto inicial, con su hijo del corazón Nico, que hacía un poco más de un año que vivían juntos, empezó a reconstruirse. «Imaginate, no podía derrumbarme. Como pude, sola, intenté levantarme gracias a una personalidad que, debo reconocerlo, es pujante y positiva».
A simple vista es imposible no ver a Sandra: mide 1,89, altura que alude a su ascendencia lituana. «No obstante me llevan por delante en la calle, me echan la culpa y me gritan: ‘¿Sos ciega, boluda, por qué no mirás por dónde caminás?’«, emula divertida un diálogo cotidiano. «Te juro que siento que siendo ciega veo más que cierta gente que, de tan acelerada y enajenada, se enceguece», reflexiona.
Como se dice ahora, Sandra es una mujer propositiva. Su personalidad fuerte, con carácter, sensatez y mucho sentido del humor, le dieron un empujón para encarar la segunda parte de su vida plena de actividades.
«Yo aprendí a decir siempre que sí… Me hace bien ser tenida en cuenta para todo y que no sea al revés, que no me llamen pensando de antemano que no podré por mi condición».
Desde que tenía uso de razón usaba anteojos: «Era la pocas luces del grado», bromea. «Si bien siempre tuve problemas en la vista y de hecho perdí un ojo -por un desprendimiento de retina- cuando estudiaba en la facultad, siempre estuve muy controlada y me cuidé mucho. Cuando viajaba, siempre tenía a mano el contacto de mi oftalmólogo ante cualquier necesidad. Durante 30 años me manejé perfecto con un solo ojo hasta que haciéndome un tratamiento de cutis quedé a oscuras«.
Sociedad «Yo veo mucho más que otras personas que viven a mil y me llevan por delante en la calle a mí, que mido 1.89», dice riendo Sandra Dajnowski. Foto: Juano TesoneLa tarde del 13 de septiembre de 2011 fue el último día que Sandra vio a su hijo y la luz del día.
«Recuerdo esa jornada tranquila, me estaba mimando con unos masajes y cremas en la cara, hasta que me empecé a sentir mal, una sensación de niebla total me sacó del estado en el que estaba y me fui de urgencia a ver a mi médico, el retinólogo Alberto Zambrano.
Sandra Dajnowski, en plena labor en un desarrollo inmobiliario en la calle Donado.«Desprendimiento de retina», fue el lapidario diagnóstico del hasta ahí sobreviviente ojo izquierdo y el mazazo quebró a esta gigante que, hoy, nada parece doblarla.
En shock, su primera reacción desesperada fue «¡Mi hijo, mi hijo, no, no!». En 2010, Sandra había adoptado a Nicolás, que por entonces tenía diez años. «¿Qué le voy a decir a Nico, qué voy a hacer? Me desesperaba esa situación, no la económica, porque siempre, como arquitecta recibida en la UBA, fui generadora de proyectos y emprendimientos», repasa aquellas sensaciones que le daban escozor. «No podía aceptarlo, pensá que me operaron diez veces. ¡Diez veces! Pero no hubo caso, el ojito había bajado la persiana».
Cuenta que la relación con Nicolás pasó por un sinfín de estados emocionales. «Abrazaditos y apegados, distantes, enojados y discutidores. Gracias a la terapia fui entendiendo que eran procesos normales. Claro, había enojos, pero nadie tenía la culpa. Hoy Nico es todo un muchacho, está muy bien rumbeado, nosotros tenemos un hermoso ida y vuelta… Sólo lamento en el alma no poder verlo, no poder conocer su cara. Mi recuerdo es el de un chico de diez años y hoy es todo un hombre. Eso me frustra un rato, pero salgo adelante de inmediato, ahora estoy muy psicoanalizada».
Sandra Dajnowski con su hijo Nicolás: «Es la razón de mi vida».En su piso 21 de la calle Deheza, en Belgrano, Sandra hace de guía turística ante Clarín. Hay que resaltar que se mueve con soltura y dinamismo en su hogar con escaleras y obstáculos a cada paso. Ella va y viene, con su celular adaptado que manipula canchera.
«Y este es el balcón, el punto neurálgico que me terminó de convencer de mudarme aquí porque la panorámica era asombrosa. Yo recuerdo que vine aquí en 2002 y me quedaba en el balcón viendo el edificio de la UBA, el Aeroparque, la cancha de River, el Río de la Plata y contemplaba la Catedral de San Isidro. Qué loco, no, de no creer», comenta sin dramatizar.
Derribar mitos
Se levanta a las 6 de la mañana todos los días, hace tres veces por semana gimnasia y anda en bicicleta tándem (las que tienen doble comando). «Por mi altura, necesito mover mi cuerpo, no tengo excusas», explica.
«Samba evita que me moje de más, que pise porquerías y que me choque con obstáculos», cuenta Sandra, que es ciega hace doce años. Foto: Juano TesoneTrabaja en distintas obras y desarrollos inmobiliarios, de los cuales se encarga de la logística para llevarlos a cabo. «Yo soy más de gestión, en lo que hay que comprar, de los gremios intervinientes, de verificar el avance de la construcción… Voy dos veces por semana a la obra, me gustar estar presente, tener contacto con el capataz y los muchachos y si pinta un choripán mucho mejor«, se sincera.
Con el consentimiento de su hijo Nicolás, Sandra se hizo amiga de las redes sociales y empezó a dar a conocer su historia y algunas de sus actividades. «Me animé a contar, porque creo que la ceguera no es un cuco, como se piensa, y está bueno, desde mi lugar, poder sortear algunas barreras y derribar mitos». ¿Por ejemplo? «Soy una frecuente espectadora teatral».
Sandra Dajnowski se mueve con dinamismo por si casa y manipula su celular con destreza mientras sube las escaleras. Foto: Juano Tesone «Gracias al teatro me reconcilié con la ceguera, ya que como ex habitué, el no poder volver a disfrutar de una obra era algo que me recordaba la discapacidad», afirma, y agradece a la accesibilidad tecnológica del Teatro San Martín (que a través de receptores de audio individuales brinda información en off sobre el contenido visual relevante de las obras).
«Tuve la suerte de volver a apreciar las escenas que no podía a través de mis ojos. Es una manera distinta de ver pero creo que es una chance para que la gente en mi condición pueda aprovechar esta posibilidad. Entendí que la ceguera es un obstáculo jodido, pero que no te inmoviliza«, remarca.
Samba, su compañera fiel
A casi todos los lugares adonde se desplaza Sandra lo hace con Samba, su amada perra guía que tiene 11 años y conviven desde 2014: «Es mis ojos, me cuida, me protege, ella tiene la percepción de todos mis estados de ánimo y de mis necesidades, y construimos un vínculo difícil de creer a partir de una comunicación soñada».
Hace una pausa, carraspea y bebe un sorbo de agua. «Viajamos en aviones, trenes, colectivos y subtes, y en el barrio es famosa, la conoce todo el mundo. Pero sobre todo es una gran guía que evita que me moje de más, que pise porquerías y que me choque con obstáculos».
Sandra Dajnowski vive hace nueve años con Samba, su perra guía que, curiosamente, se está quedando ciega. Foto: Juano TesoneSe le humedecen los ojos a esta mujer enorme que parece granítica. «Samba es una gran guía, pero como perra que cumple este rol está por jubilarse. Qué ironía, está casi ciega pero se maneja con el olfato y el oído. La verdad es que yo debería estar renovando perro porque el compromiso con la Escuela de Perros Guía Argentinos es que cuando el animal deja de tener su vida laburante, se renueva si uno tiene la necesidad, pero confieso que para mí es muy difícil creer que algún otro animal puede reemplazarla. Hasta que ella se vaya de este mundo, no podría pensar en otro perro. No se me pasa por la cabeza y menos tener otro ejemplar aquí con nosotros porque Samba es muy celosa».
Las cosas por su nombre
Ahora se tienta Sandra al mencionar «esto de que la gente para no ser brutal o contundente, supuestamente, dice ‘no vidente’ en lugar de ciega o ciego… Pero no vidente significa no predecir o adivinar el futuro. Me parece una ridiculez no usar la palabra ciego para atenuar el impacto. Yo soy de decir a las cosas por su nombre: ciego, gordo, tartamudo, cáncer. Las palabras no asustan, las que asustan son las personas».
Una vuelta por el barrio junto a Samba, su inseparable perra guía, que casi no ve y está cerca de «jubilarse». Foto Juano Tesone Voz de mando, clara y contundente, Sandra irradia liderazgo en donde se encuentre. Es querida, valorada y respetada en el barrio. «Los comerciantes me cuidan, me dan buena mercadería y no me engrupen… Creo que tiene que ver con una manera de ser que tengo yo, una mezcla de optimismo, positivismo y sentido del humor. Todas características que fui trabajando este tiempo, porque no hay nadie como uno para contar lo que puede padecer en esta condición, pero lo hago sin victimizarme y con dosis de humor, que me doy cuenta que son bienvenidas».
Cuenta que hace unos meses la llamaron de una empresa petrolera para dar una charla que, sin querer, se convirtió en motivacional. «Yo fui invitada para hablar de mi experiencia laboral y en lo personal describir el vaso medio lleno: de que es posible llevar una vida plena aún sin ver. Intento que la discapacidad visual no me jubile ni me archive… Yo voy a navegar al Delta, acompañada, claro, pero agarro el remo, y también pedaleo y me transpiro toda andando en las bicis tándem. Soy de salir, me encuentro con amigos, salgo a bailar, voy al teatro, voy a fiestas que organizo yo, porque me gusta hacerlo».
Sandra da charlas motivacionales, como esta en la UADE. Cosas así describe en sus charlas que, luego, se repitieron en la UADE y en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA. Lo llamativo es que las autoridades que me convocan me dicen más o menos lo mismo: ‘Hay muchas frustraciones y quejas de los empleados por no conseguir los objetivos y me convocan para levantarles el ánimo. Y esas sensaciones se trasladan a un desgano importante’. Yo intento transmitir ganas, entusiasmo, pero no busco convencer a nadie, sólo cuento lo que le pasa a una arquitecta de casi 60 años que es feliz y ama la vida».
AS