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La avanzada de las biopics: ¿por qué se volvió tendencia hacer ficción con la realidad?

En la era del “Alerta, spoiler” y del más coloquial “No me cuentes el final, que todavía no terminé de verla”, de pronto picó en punta el género que da interesantes respuestas al pedido de “una que sepamos todos”. No es un hit, es una biopic. Y muchas de ellas, como El amor después del amor (Netflix), sí se han transformado en un hit.

Pero no es del fenómeno de audiencia -exclusivamente- que va esta nota, sino del auge de este registro que, si bien siempre existió, ahora se pandemizó en casi todas las plataformas de streaming y canales de cable. Sucede en el mundo -con producciones estupendas como The Crown, Elvis o Pelé-, y parece estar marcando tendencia en las productoras argentinas. ¿Y si contamos la vida de tal?

¿Será que finalmente se comprobó eso de que la realidad supera la ficción? ¿Será que la imaginación de los guionistas se agotó o tiende a repetirse? ¿Será que está todo inventado? ¿O será que tuvimos y tenemos personajes cuyas vidas, por algún motivo, merecen ser contadas?

Profundo trabajo de composición por parte de Oreiro para su protagónico en

Profundo trabajo de composición por parte de Oreiro para su protagónico en «Santa Evita». EFE
Y, de cierta manera, y en la mayoría de los casos, también se cuentan, como de reojo, nuestras propias vidas. ¿Quién, de los que han visto la serie biográfica de Fito Páez, no encontró acaso, en alguna de sus escenas, un pedacito de su historia? ¿Quién, de ésos, no confirmó que algunas de esas canciones podrían oficiar de cortina musical de sus viejos tiempos?

Lo cierto es que, se trate de Fito, de Carlos Monzón, de Sandro, de Fernando De la Rúa, del Papa o de Evita -por citar sólo un puñado de las figuras revisitadas-, el público argentino se volcó a ver el cuento del que ya sabemos el final. Y, así y todo, no hay spoiler que cosquillee, siquiera.

Claro que no sólo de finales viven las producciones audiovisuales, sino de cómo se abordan, cómo se actúan, cómo impactan del otro lado de la pantalla, cómo se ven. Y, en el cómo se ven, anida el punto clave de esta tendencia: qué se quiere mostrar de esa persona o hecho histórico que más de uno cree conocer de memoria.

“Lo importante es definir en qué hacés foco, qué ventana abrís. El desafío está en contar la mejor historia posible dentro de una historia macro. Elegido nuestro personaje, había que decidir en qué período hacíamos zoom”, explica Juan Pablo Kolodziej, showrunner y productor ejecutivo de El amor después del amor.

Micaela Riera en la piel de Fabiana Cantilo para

Micaela Riera en la piel de Fabiana Cantilo para «El amor después del amor».
Y, como si esos cargos no alcanzaran, también es el hombre al que se le ocurrió reflejar un tramo de la vida de Páez. Cineasta -lidera el área de ficción de la productora Mandarina-, cuenta que un día estaba con el músico en México y “un fan se le acercó y le dijo ‘Vos me salvaste la vida a partir de tus canciones’. Y de inmediato sentí que había algo potente para contar”.

De esa postal ya pasaron cinco años. Y Fito fue fundamental para abrir el alma y mostrar sus colores, con todos los grises incluidos. Porque las biopics no sólo son homenajes, también son retratos.

Kolodziej entiende que abordar historias reales “representa mucho trabajo y respeto. Hay una responsabilidad. Hacer una versión realista de algo que sucedió es más difícil que arrancar de cero y, a la vez, es muy gratificante”.

Si bien es el artífice de este flamante éxito de Netflix y está afilando la idea de una película y una serie biográficas con dos personajes famosos de los que por ahora no suelta data, no quiere ser definido como un experto del género. Y elige el camino de la sencillez, al menos desde las palabras: “Digamos que soy un productor que encontró una buena historia”.

No todas son biografías autorizadas

Disponible desde hace un mes en el catálogo de Star+, Diciembre 2001 invita a repasar -desde la recreación, la rigurosidad histórica y coloridas licencias de ficción- la crisis que vivimos los argentinos hace 22 años, con la huida en helicóptero del entonces presidente De la Rúa, con la insólita seguidilla de mandatarios, con muertes, con la angustia, con los ahorros derretidos por el corralito, con la oscuridad. Y allí, paradójicamente, echa luz la biopic que encabeza Jean Pierre Noher, en un notable trabajo de composición.

Hombre que podría dar cátedra de “biopiquismo”, simpática palabra que regala para bucear en el fenómeno, Noher cuenta que para interpretar personajes reales se refugia en una enseñanza que le dejaron sus clases de actuación con el maestro Agustín Alezzo: “En los ejercicios de observación él nos decía ‘Busquen en los detalles, en la particularidad’. Y eso hice con cada uno”.

Dice ‘cada uno’, porque su recorrido por el género “comenzó de alguna manera cuando me tocó hacer en teatro de Theo Sarapo, el último marido de Edith Piaf, en 1982, junto a Virginia Lago”. Después siguió en el cine con Jorge Luis Borges: “Cuando hicimos Un amor de Borges, en el ‘99, no había redes ni nada de lo que hay ahora. Alejandro Vaccaro, que es un gran coleccionista de Borges, me acercó casetes con sus conferencias para ver si le agarraba la voz, porque para mí la voz es fundamental”.

Y aclara: “Los actores no somos imitadores y, cuando nos toca un personaje popular, lo que hacemos es recrearlo: encontrarlo en uno tratando de no traicionar el imaginario de la gente. Uno, finalmente, hace la versión de un personaje, de hecho de Borges hicieron Walter Santa Ana, Miguel Ángel Solá, el Chango (Víctor Hugo) Vieyra… y está mi versión, como está la mía de Guillermo Coppola, junto a la de Leonardo Sbaraglia y a la de Juan Minujín”.

Y comparte que “en el caso de De la Rúa, la gran dificultad que tuve de entrada fue que en el imaginario popular estaba mucho mas presente la imitación extraordinaria de Freddy Villarreal que el De la Rúa real en esa situación fatídica y horrorosa que fue diciembre de 2001. Fueron tres semanas de mucho estudio, evitando caer en la parodia. Me pelaron, usé trajes holgados para parecer más delgado, pero no le sacaba la voz: entonces googleé, encontré a Martin Bilyk, un imitador de radio excelente que me coacheó un par de veces y me sirvió de base».

Notable trabajo de interpretación por parte de Jean Pierre Noher, en la piel de un presidente derrumbado.

Notable trabajo de interpretación por parte de Jean Pierre Noher, en la piel de un presidente derrumbado.
Hace hincapié en que «el imitador remarca y nosotros tenemos que humanizar su forma, sus expresiones, sus tempos. Yo quise mostrar la energía de una persona en un momento muy particular. Y creo que ni tomé conciencia del riesgo que asumí”.

Fue de todo Noher en las biopics del cable y el streaming, con personajes de distinto tenor de popularidad, como el papá del Che Guevara en Diarios de motocicleta o un empresario de multimedios en la serie El presidente, en el marco del Fifagate.

Generoso, sabiendo que su De la Rúa levantó piropos ajenos, dice que “todos hablamos del maravilloso laburo que hizo la Riera en la serie de Fito, que era más Fabi que la propia Fabi. Es que la gente ya sabe de todo, y más si son fans, pero hay que acordarse de eso que dijo Alezzo en las primeras clases, buscar el detalle, lo pequeño, el gesto”.

La otra Fabi Cantilo

La Riera, como dice Noher, es Micaela, la actriz elegida para hacer de Cantilo en El amor después del amor. Y, recién llegada a Santa Fe, su provincia natal, del otro lado de la línea reconoce que “lo que a mí me sirvió, especialmente, fue tener al personaje vivo, poder charlar, preguntarle de todo. Estuve seis horas con Fabi y me saqué todas las dudas. No me alcanzaba lo que veía en YouTube. Le pregunté por Fito, por Charly, por sus excesos, por sus miedos, por sus sueños. Y hay muchas de esas cosas que no se ven en la serie, pero a mí me ayudaron para la construcción”.

Riera confiesa que las seis horas mano a mano con la verdadera Cantilo le sirvieron para construir, también, lo que no se ve.

Riera confiesa que las seis horas mano a mano con la verdadera Cantilo le sirvieron para construir, también, lo que no se ve.
De sus 15 años de oficio elige “el de Fabi como mi personaje favorito. Dediqué seis meses a estudiarla. Y me encantó ese viaje, porque era hacer de ella, pero también era contar parte del rock nacional”.

Recuerda que su mamá y su hermana “estaban chochas” con el material que habían visto, pero “faltaba la mirada de Fabi: Netflix nos juntó en su casa para hacer un video con sus reacciones y, cuando escuché el ‘Ah, pero estás igual’, recién ahí pude soltar, como cuando el terapeuta te dice ‘Lo dejamos acá por hoy’. Hice, te diría, un trabajo de investigación y, eso, un personaje totalmente ficcionado no te lo permite. Está más a la deriva. Aquí terminás viviendo su historia”.

Componer versus imitar

Todos los actores consultados por Clarín coinciden en que, con más o menos sutileza, ninguno se propuso abordar desde la simple imitación, sino desde un combo que incluye, sí, la similitud física, pero conviviendo con la interpretación de un temperamento, de un estilo, de un andar, de un decir, de un vivir.

Y, entonces, llegado este punto y desde este lado de la pantalla, uno se pregunta, ¿para un artista será mejor recibir un libro con un personaje que hay que componer de cero o uno que ofrece un exceso de información?

Mujer que ha compuesto todo tipo de criaturas de ficción, se animó a prestarle el cuerpo a dos figuras de universos diferentes: en cine lo hizo con Gilda y en el streaming con Evita, en la serie de Star+ basada en el libro Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez. Siempre abierta a contar la cocina de su trabajo, Natalia Oreiro dice que “cuando encarás un personaje que existió hay más recursos porque tenés mas información. Unos sabe a dónde ir. Siempre, a priori, es más rico el proceso que cuando tenés que crear desde cero”.

En su acercamiento a las biopic, primero compuso a la mamá de Benjamín Ávila, el director de la película biográfica Infancia clandestina, en el marco de la dictadura militar: “Había material y el recuerdo de Benjamín y de sus compañeros, pero el público no tenía una referencia de ella. Entonces existía cierta libertad para hacer mi propia interpretación sin tener que parecerme rigurosamente a alguien. Después me tocaron Gilda y Eva, que son mujeres que están muy presentes en la cultura argentina”.

Oreiro trabajó junto a dos coach para poder recrear a Evita. EFE

Oreiro trabajó junto a dos coach para poder recrear a Evita. EFE
Considera que “fueron riesgos distintos. A Gilda yo creía conocerla bastante, pero justamente ese costado más de fan me podía jugar una mala pasada. Mi objetivo siempre fue contar la vida de Myriam (su nombre real), no la de Gilda. Mi búsqueda era la mujer más que el ídolo. Fue muy difícil interpretar a alguien muy conocido en su faceta menos conocida, la más humana, la más común”.

Oreiro confiesa que “siempre existe el riesgo de la comparación, de hecho tuve que desandar mi camino como cantante para acercarme a su color, a su respiración. Fue un proceso largo, pero ya la primera vez que me vestí como ella fue muy movilizador, lo sentía y lo veía en su gente. Siempre fui por su esencia, su energía, su luz, su mirada. En estos casos no es necesario lograr un calco”.

En cuanto a Evita, cuenta que “diez años antes me había surgido la posibilidad de interpretarla en cine y dije que no, me parecía inalcanzable, imposible. Y ahora me llegó la chance de una prueba y me pregunté ‘¿Por qué no?, vamos a jugar, que de eso se trata’: cuando quedé tuve mucho miedo, la habían interpretado muchas actrices y muy bien, y no sabía cómo hacer algo diferente».

Pero «cada una le encontró algo que sonaba como a Eva. Trabajé varios meses con dos coachs, una en lo actoral y otra en lo vocal. Le puse énfasis en la voz, en cómo ella transformó su voz de joven actriz de radioteatro en la de su corta e intensa carrera como mujer política: ya atravesada por su enfermedad, terminaba con su voz tan cansada y tan cascada que eso también tenía que estar para ser fiel con su historia”.

Y Oreiro regala un sueño: le gustaría interpretar a Juana Azurduy.

El juego de las diferencias

Amén de que los caminos que llevan al espectador a ver tal o cual biopic sean distintos, finalmente todos terminan en Roma: comprobar cuán logrados están los personajes -¿habrá sido mejor la Susana Giménez de Celeste Cid o la de la China Suárez?-, examen caprichoso (en el que caemos todos) que pone en jaque la verosimilitud.

¿Si se le parece es mejor? No siempre, pero sí es cierto que suma, y que ese logro se complementa con una detallada recreación de época y un intento por derribar o no (depende el caso) el imaginario popular.

Y si bien un cierto physique du rol ayuda como trampolín de composición, luego hay un trabajo de investigación por parte del elenco, de la producción, de las áreas de maquillaje y vestuario que terminan sacándole punta al papel, literalmente. De hecho, para asemejarse a Cantilo desde “el afuera”, como dirían en Gran hermano, Micaela Riera se puso un flequillo y un lunar -que no es lo mismo que un vestido y un amor-, que ya no usa y, así y todo, cada tanto le gritan “Fabi” por la calle.

Un podio de deportistas, artistas y políticos

Nazareno Casero en la serie

Nazareno Casero en la serie «Maradona: Sueño bendito», uno de los cuatro actores que encarnan al Diez.
Haciendo foco en los últimos años -y sin perder de vista que la biopic, término ya validado por la RAE y derivado del inglés “biographical picture”, siempre se implementó en la Argentina-, se podría armar un largo hilván de títulos sobre personas o hechos, que incluyen a Diego Maradona (Sueño bendito), Fito, Oscar Bonavena (Ringo, gloria y muerte), Eva (Santa Evita), Carlos Tevez (Apache), Jorge Bergoglio (Los dos Papas y Llámame Francisco), el juicio de 1985 a las juntas militares, la crisis del 2001, el clan Puccio, Carlos Robledo Puch (El ángel).

Insistimos en que este recurso de relato no es nuevo -si no, que lo digan los estudiosos de Domingo Sarmiento o de José de San Martín, con películas sobre ellos estrenadas hace más de 50 años-, pero lo nuevo es la cantidad, empujada -o sostenida- por las plataformas de streaming.

Mientras se oyen los ecos de la repercusión de Argentina, 1985 -la película en la que Ricardo Darín interpretó magistralmente al fiscal Julio César Strassera-, Amazon Prime Video está rodando Menem, en cuyo adelanto asombra la similitud física en la caracterización de Leonardo Sbaraglia sobre el ex presidente.

Otro ingrediente que suele condimentar las biopics -diferenciadas del documental por las licencias que otorga la ficción sobre un hecho real- es el del morbo que suele despertar en el público de acuerdo a los temas que toquen, especialmente en las de los casos policiales que le dan una vuelta más a lo que ya vimos en los noticieros.

Como sucedió con el crimen de María Martha García Belsunce o como quizás ocurra con la película que se viene sobre Nahir Galarza, la chica condenada a prisión perpetua por el asesinato de su novio.

Corriendo los límites nacionales, Netflix -una de las mayores usinas de biopics sobre todo tipo de personaje, como Luis Miguel, Marilyn Monroe en Rubia o las hermanas sirias de Las nadadoras– tiene en la mira dos estrenos del género para los próximos meses: Senna (sobre el piloto brasileño Ayrton Senna) y Maestro, película protagonizada y dirigida por Bradley Cooper sobre el director de orquesta, compositor y pianista estadounidense Leonard Bernstein.

A esta altura de la ola, ¿se podría decir que la realidad mató a la ficción? ¿O que se despiden los guionistas? No, bajo ningún concepto. Primero, porque las biopics requieren de guionistas tanto como las historias imaginadas. Segundo, porque, en volumen histórico, la ficción sigue despegada del pelotón. Y, tercero, porque -a diferencia del coronel-, todo artista, político, deportista, o lo que sea, siempre tendrá, seguramente, alguien que le escriba (su vida).

WD

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