El discurso de un rey siempre genera una gran expectación, es obvio, pero si encima el monarca se desplaza a tu casa para decir lo que llevaba un tiempo rumiando en sus pensamientos pero que había decidido callar porque en lo político las cosas están revueltas, la cosa se engrandece aún más, vamos que es de traca. Pues eso mismo ocurrió en Córdoba – cómo no – durante la visita a la capital que realizó Alfonso XIII en mayo de 1921.
Para ponernos en situación, Alfonso XIII visitó Córdoba de manera oficial en dos ocasiones durante mayo de 1921. La primera fue el día 21, cuando su tren procedente de Madrid paró en Córdoba antes de proseguir hacia la provincia de Málaga, donde tenía previsto inaugurar la Presa del Conde de Guadalhorce y conocería las pasarelas de El Chorro, que a partir de entonces pasarían a denominarse El caminito del Rey. El Diario de Córdoba, en su edición de 22 de mayo de 1921, informaba de que allí, en la propia estación, el por entonces alcalde de la ciudad, Francisco Fernández de Mesa le expuso al Ministro de Fomento, Juan Cierva, algunos asuntos sobre los que veía oportuno que el soberano tuviera conocimiento, como la crisis del sector olivarero, puesto que el monarca regresaría a la ciudad dos días más tarde. Y lo hizo, vaya si lo hizo.
Alfonso XIII llegó a Córdoba tras aceptar la invitación de la Marquesa del Mérito y Valparaíso, Carmen Martel Arteaga, como recordaba hace un tiempo en Diario CÓRDOBA el bibliotecario y jefe de Cultura del Real Círculo de la Amistad, Roberto Roldán. Tuvo una agenda apretada aquel día, en la que además de participar en una tirada a pichón de la Real Sociedad de Tiro, visitar la Casa del Niño, se acercó a Electromecánicas para conocer la fábrica y visitar su barrio obrero, donde como relata la crónica del Diario de Información La Voz del 24 de mayo, recibió «delirantes manifestaciones de cariño». Visitó además el cuartel de Artillería y se retiró a descansar al Palacio de Viana antes de dirigirse a la cena de Gala del Real Círculo de la Amistad. Mientras, a las ocho y media, el Ministro de Fomento recibía a las comisiones de la Cámara Agrícola «que iban a visitarle para interesarle una fórmula en la cuestión de la exportación de aceites».
El monarca al Real Círculo de la Amistad, acompañado del infante Don Carlos, el general Echagüe y el señor Cierva. Allí le esperaban lo más distinguido de la sociedad cordobesa. Tras degustar una exquisita cena en el Salón Liceo llegó el momento de los discursos. Primero fue el del alcalde y después cerró el soberano, quien pronunció unas palabras que, para los historiadores, tuvieron gran transcendencia en la vida política del país. Discurso que se conserva en el Real Círculo de la Amistad. Y es que el monarca, después de hablar de las deficiencias de los medios de comunicación en España y de los problemas que eso acarreaba a la economía, recordaba que su Gobierno había presentado al Parlamento proyecto «de verdadera trascendencia sobre este problema». Y añadía: «Ahora bien, el Rey no es absoluto ni puede hacer otra cosa que autorizar con su firma que los proyectos vayan al Parlamento, pero no puede hacer nada para que salgan de allí aprobados. Yo estoy muy satisfecho de no contraer responsabilidades, esas responsabilidades que pasaron de la Corona al Parlamento. Prefiero, sin esa responsabilidades, ofrecer mi vida a mi país; pero es muy duro que no pueda prosperar lo que interesa a todos, por pequeñeces de política. Presenta un proyecto mi Gobierno; lo combaten y cae. Los ministros que suceden a los caídos tampoco pueden adelantar, porque los anteriores se han convertido en oposición. ¡Cómo van a ayudar a quienes los sustituyeron! Algunos podrán sospechar que al expresarme así me aparto en cierto modo de mis deberes constitucionales; pero yo digo que después de diez y nueve años de Rey en los que varias veces he arriesgado mi vida, no he de incurrir en una falta de esta especie. Yo creo que las provincias deben empezar un movimiento de apoyo a su Rey y a los proyectos que sean beneficiosos y entonces el Parlamento se acordará de que es mandatario del pueblo, porque eso significa el voto que dais en las urnas; entonces la firma del Rey será una garantía de que estos beneficios serán una realidad».
Fue un claro órdago al Parlamento, que vivía una de las múltiples crisis de la Restauración, con los ánimos políticos revueltos y las calles encendidas, entre otras cosas, por el atentado que dos meses antes acabó con la vida del presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato. En este contexto pronunció Alfonso XIII su discurso y en esas palabras es donde muchos historiadores ven un aviso de lo que estaba por venir: la dictadura de Primo de Rivera. Cómo no, tuvo que ser en Córdoba.