Últimamente la duración de las películas se viene extendiendo de manera enigmática. Los estrenos cinematográficos, sobre todo aquellos de acción o superhéroes, acumulan tantos minutos de metraje como el director y los ejecutivos de las grandes productoras lo consideren necesario, en detrimento de lo que piense su propio público.
Y esto es fácilmente comprobable. Tomemos por caso John Wick 4. En sus casi 3 horas de balacera a diestra y siniestra hay más muertes que en todos los filmes de Cecil B. DeMille juntos. Incluidos Cleopatra y Los diez mandamientos.
Es cierto que esta tendencia no es novedad. Uno de los cortes de la galardonada El Señor de los anillos: El retorno del rey, duró 3 horas y media. Tanto que Viggo Mortensen tuvo tiempo de volar a la Argentina, ver un partido de San Lorenzo y volver para terminar de filmarla.
Sin embargo ninguna de todas ellas le llega a los talones al documental sueco Logística, que filmado en 2012 figura en El libro Guinness de los récords como la filmación más prolongada de la historia. Ya que una vez editada marcó la delirante cifra de 857 horas de metraje.
Los responsables (¿o irresponsables?) de tamaña producción, los cineastas suecos Erika Magnusson y Daniel Andersson, cuentan que leyeron un artículo en un diario alemán sobre la fabricación de un cepillo de dientes eléctrico, cuyas piezas procedían de diez países diferentes. Esto despertó su interés por la gran complejidad de la economía global y las interacciones que ponen todos los artilugios modernos, importantes o menores, en manos del público consumidor.
Este interés condujo a la idea central de lo que se convertiría en la película más larga de la historia, ya que Magnusson y Andersson decidieron hacer un documental siguiendo la producción de uno de estos dispositivos de principio a fin (y en tiempo real), desde el momento de la construcción hasta el momento en que alguien lo compró. Y los muchachos se entusiasmaron.
Más allá del resultado final (que muy pocos han logrado ver de corrido sin un tensiómetro a mano, como es lógico) la pregunta que se hacían familiares y amigos del dúo durante semejante realización era una sola, y muy específica: “¿Es necesario que sea taaaaan larga?”.
Peor aún, se hacían cálculos y apuestas… ¿Cuántas veces debía ir al baño un ser humano común y normal durante su proyección? Eso para no hablar del cansancio producido por la brutal falta de sueño y reposo. Alguien les sugirió que patentaran el artilugio que le aplican a Alex de Large (Malcolm McDowell) en La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971) para mantenerlo despierto. No consiguieron la patente.
Sobre el mundo que nos rodea
En defensa de los directores, hay que decir que su argumento no carecía de cierto entusiasmo (longitudinal). Ellos querían hacer hincapié en lo poco que el público sabe realmente sobre el mundo que nos rodea. Y cómo las cosas que se consideran algunas de las partes más básicas y aceptadas de la vida cotidiana en el mundo moderno, tienen una historia y un origen complejos, que pocas personas consideran. O como lo llama Andersson, una «falsa sensación de familiaridad».
El objeto elegido por los cineastas resultó ser un podómetro. Y allí comenzó el largo viaje. La filmación llevó al equipo a Estocolmo en Suecia hasta el puerto de Gotemburgo, en el buque portacontenedores más grande del mundo y a través del Mar Mediterráneo. Luego navegando por el Canal de Suez y más tarde a través el Océano Índico hasta el puerto de Shenzhen (en la provincia de Guangdong) y una fábrica en Bao´an, ambos en China.
Como resultado, el documental tampoco toma atajos, filmando el viaje de Estocolmo a Bao´an en tiempo real; el tiempo de ejecución, en consecuencia, es parte del objetivo de la película: es una representación precisa de la cantidad de tiempo que tarda incluso el más simple y pedestre de los objetos en llegar a las manos del público en general.
La mitad del público asistente al estreno aseguraba luego de ver la proyección que ya les había quedado en claro el mensaje. Mientras que la otra mitad seguía repitiendo: “¿Hacía falta?”. Todos munidos de sus respectivos pijamas, camisones y almohadas.
En medio de la proyección en Estocolmo una señora irrumpió dramáticamente en la sala preguntando si alguien había visto a su marido. Pero los directores ni se inmutaron. Acompañados en la gesta épica por sus propias familias, que los alentaban para que ellos mismos no cerraran los ojos, se mostraron contentos de ser los realizadores de ésta, la película más larga en la historia del cine.
Dicen que sumerge a la audiencia en el largo y agotador (¿en serio?, ¿agotador?) proceso de llevar incluso el más mundano de los objetos hacia el público consumidor. Y muestra así un camino que para la mayoría de las personas es una parte invisible e irrelevante del trasfondo de la sociedad.
Y si alguien del público local tiene aún la extravagante idea de ver esta película, pero necesita prescindir de los 35 días en cuestión, o piensa que va a añorar a sus amigos y seres queridos en ese viaje, hay un corte de 72 minutos del documental que puede ver tranquilamente en su hogar. Después de todo, pensemos que una simple maratón de Breaking Bad, con sus cinco temporadas y la apestosa película En el camino incluida, podría exigirnos no menos de 3 días y cinco horas.
Aunque es verdad: entre un aparatito que va a medir los pasos (el podómetro) o el gran Gustav Fring (villano de villanos en Breaking Bad), muchos sabríamos muy bien cuál elegir…
POS