El candidato a presidente por La Libertad Avanza, Javier Milei, dijo en la semana que “los fallos de mercado no existen”. Se trata de una afirmación enmarcada en una tradición ultraortodoxa de la literatura y teoría económica. Desde la Escuela Austríaca de 150 años atrás a la teoría del Public Choice (Elección pública) más acá en el tiempo. Se trata de toda una corriente a favor del libre funcionamiento del mercado para asignar recursos, tareas y precios y a la que Milei se aferra.
Economistas de derecha e izquierda salieron enseguida a rechazar esta postura. No hubo grieta.
Miguel Braun, ex secretario de Comercio del gobierno de Mauricio Macri, le contestó a Milei en X (ex Twitter): “Se llaman fallas de mercado en la literatura económica. Ocurren cuando existen externalidades, por ejemplo, que son efectos no pecuniarios de la transacción. Ejemplo clásico: la contaminación. Una curtiembre tira gratis desperdicios al río. Es brutísimo Milei”.
El ex viceministro de Economía en la gestión de Alberto Fernández Haroldo Montagú puso en X: “Como negacionista del cambio climático está muy bien que no repare en las externalidades. ¿Los bienes y servicios públicos como defensa y seguridad, qué son?”.
El concepto de falla de mercado o disfuncionalidad del Estado -eso que Milei dice que no existe- surge de considerar que los atributos que la síntesis neoclásica hace sobre los beneficios del mercado no siempre son tales. Hay situaciones en las que el sistema de producción y asignación capitalista falla. Esa parte es la que no cuenta Milei. A saber:
Primero, en Economía existe lo que se llama falla extrema y es la existencia de bienes públicos. También hay otras fallas que son externalidades, fallas de información, de competencia y de monopolio, de rendimientos decrecientes. En todos estos casos el Estado tiene que intervenir para mitigar los problemas de eficiencia que pueden generar la existencia de esas fallas.
La economista de la Universidad de Cambridge, Joan Robinson, sostenía en todo caso que la competencia perfecta era un caso específico del sistema de producción capitalista. Milei dice que la culpa de esas fallas son del Estado. Y que la culpa siempre la tiene el sector público. La teoría económica reconoce esto que dice el libertario. Desde los primeros cursos de Economía que toma un estudiante en la facultad, puede empezar a aprender todas esas fallas. Están clasificadas y diferenciadas. A medida que se avanza en la carrera (al menos en la Universidad de Buenos Aires) se plantean en distintas materias de Microeconomía y Finanzas Públicas. Se reconoce el planteo de la Escuela de Public Choice (que las fallas no son de mercado sino del Estado) pero nada de eso implica que no exista un equilibrio óptimo de tamaño del Estado y quizá sea esto lo que se haya roto en las últimas décadas con la irrupción del kirchnerismo: ningún país en el mundo aumentó el peso del Estado en diez años como la Argentina sin haber atravesado una guerra o una catástrofe. Milei es la respuesta.
Ejemplos de bienes públicos pueden ser una plaza, un faro o el servicio de alumbrado, barrido y limpieza. No cumplen lo que se denomina requisitos de exclusión y rivalidad, o sea todas las personas pueden usufructuarlos y nadie se verá impedido por otro que lo haga. El mercado allí no puede intervenir y si lo hace lo hará mal.
Incluso una empresa que sponsorea una plaza no es más que un financiamiento regulado o intervenido por el Estado.
Milei dijo además que “una empresa puede contaminar un río todo lo que quiera”. Los impuestos para mitigar la contaminación (Pigou) existen y en la Argentina se aplican. Y el economista de Chicago, Ronald Coase, trabajó los derechos de propiedad para controlar la contaminación. Recibió un Nobel por su Teorema. Pero su aplicación supone supuestos fuertes (bajos costos de transacción y segmentar derechos de propiedad). Es una disquisición teórica que en la práctica en la Argentina no se aplica. Todo esto es lo que la escuela liberal no cuenta.