Nantes, probablemente Francia o buena parte de Europa, en general, no parece tener demasiados inconvenientes con su parque automotor. Hay modelos que se ven en la Argentina, tres o cuatro marcas que, al menos por la carrocería, se pueden ver surcando el Obelisco, en el boulevard Oroño o cualquier lugar donde el asfalto lo permita.
Pero la experiencia de los enviados especiales en esta cobertura por el Mundial de Francia 2023, lea permite además de ver el mejor rugby del mundo, subirse a determinados rodados que difícilmente en otras circunstancias hubiesen experimentado su andar.
Hay Mercedes Benz por taxi y muchos autos de alta gama que cobran por kilómetros recorrido. Pero la sorpresa mayor fue el Tesla. Un modelo que, en líneas generales, solo se conoce por las noticias. Pues bien, Clarín se subió a uno para llegar a una de sus coberturas.
Lo primero para destacar, perdón Elon, es su similitud con los autos que en (otra) época de crisis argentina salían de fábricas pelados. Señores, por dentro, los Tesla se parecen a aquellos Fiat Brio que solamente tenían un velocímetro detrás del volante o a los Renault 12 que llevaban un lazo para cerrar la puerta, junto a la manija para subir o bajar las ventanillas. El torpedo del Tesla está pelado, parece una mesada.
Fotos Emmanuel Fernández – CLARIN La observación ofende a Camille, que se define como “chofer privado”, más allá de la aplicación por la que conduce a los enviados a la cobertura. “¿Tienen Play Station? Pueden conectarla acá”, suelta en inglés y le dedá un toque con el dedo índice a la pantalla que está ocupa el lugar central del auto eléctrico.
Esas ¡17 pulgadas! equivalen al motor de cualquier auto convencional. Ahí pasa todo. Una parte lleva el itinerario con una visualización parecida a la del Google Maps y otra reproduce en tiempo real todo lo que está en el horizonte de un auto que no hace ruido cuando acelera.
Fotos Emmanuel Fernández – CLARIN A medida que los percibe el ojo humano, tal vez antes, el sector izquierdo de esa pantalla muestra una bicicleta, un tacho de basura, el cordón cerca de las ruedas, un peatón cruzando más adelante o los vehículos. Hay algo de ciencia ficción en ese viaje, tal vez más importante que el destino.
Con media hora de enchufe, Camille carga la batería de su Tesla por completo. “Lo compré hace poco, este auto no necesita mantenimiento. Nunca más voy a usar otro auto en mi vida”, asume tajante.
Al llegar a destino, la incertidumbre. La puerta no tiene manija, traba, ni siquiera apoyabrazos. ¿Cómo salir? Imperceptible, un botón que se acciona con apenas posar la llema del dedo, deja que la puerta se abra sola. Apenas hay que empujarla para darle amplitud. Aunque le falta un poco más de onda, el Tesla está buenísimo, sí.