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La Copa Davis y la obligación de repensar un torneo único que ya no es lo que era

No bien me senté a escribir esta columna, me di cuenta de que iba a ser muy difícil mantener el foco y la objetividad, y no dejarme influenciar por lo que significó la Copa Davis en mi vida. Y digo mi vida y no “mi vida tenística” porque la Davis se vivía con tanta intensidad. Y me dejó tanto que me atravesó profundamente. Te ponía en una batalla emocional por no perder el control y mantener el equilibrio para que no afectara el rendimiento y hasta lo potenciara. Son experiencias imposibles de borrar y hasta difíciles de explicar.

Es cierto que me tocó crecer viendo a grandes figuras que habían dejado en mi memoria batallas épicas en la Copa Davis. Mi primera experiencia en vivo y en directo fue en la semifinal de 1980, cuando Ivan Lendl le ganó a Guillermo Vilas y Checoslovaquia venció a la Argentina. Yo estaba sentado en la última fila y en el estadio fue una amargura. Pero por otro lado vi a mi gran ídolo batallar de una manera inigualable. Y de eso se trataba: de dejar la bandera bien en alto. Los países no tenían esa unión futbolera que en la Copa Davis se veía con el equipo argentino, con la bandera y la camiseta.

No necesitábamos besarnos la camiseta porque la teníamos adentro de la piel. Nadie medía si en una serie que tocó de visitante teníamos que ir a poner la cabeza, ni aunque fuera prácticamente una misión imposible o un milagro poder ganar, como nos pasó en varias ocasiones. O cuando en 1987 para ir a la India nos vacunamos contra tifus, cólera, fiebre amarilla, hepatitis y todo lo que les pueda ocurrir… y cobramos 800 dólares por esa Copa Davis que además nos consumió tres semanas del calendario. O que un compañero del que no doy el nombre porque nunca me autorizó tuviera que poner plata de su bolsillo porque le tocaban 1.200 dólares pero tuvo que pagar pasaje y habitación extra para su entrenador y su esposa. La cuenta le dio en rojo, pero en ningún momento se lo cuestionó.

Así se vivía la Davis. Ese era el valor de la Davis. No era lo económico. El valor de la Davis era el privilegio, el honor, esa cuota de pasión callejera amateur, ese sueño de ese chico que se transformaba aún siendo muy jovencito ya en un luchador, en una persona que tenía que ir a representar a su país. ¡Vaya honor y vaya responsabilidad! Decirle que no a una convocatoria era pelearte contra vos mismo por traicionar tus sueños cristalizados. Y eso es tal vez lo que uno quisiese que no pierdan los jugadores que nos suceden en nuestro país. Que no pierdan la posibilidad de vivir esas experiencias, atravesarlas y crecer gracias a ellas.

En la Copa Davis se disfruta, se convive, hay discusiones, hay muchos acuerdos, hay emociones, celebraciones, alegrías, tristezas y desencuentros. Es la vida misma.

Las problemáticas de la modernidad hicieron que empezaran a ausentarse las principales figuras, porque sus calendarios tenían cierta prioridad y era ciertamente lógico y entendible. Económicamente les fue cada vez menos atractivo. El mundo fue girando para ese lado y no aceptar una convocatoria ya no era para cuestionar demasiado. Eso llevó a la ITF a la búsqueda de un nuevo formato, que ya sabemos lo que fue y lo que significó.

Aquellas viejas series te tocaban de local o de visitante de acuerdo al historial y eran determinantes. Llegar a la final o perder en primera ronda podía depender de los caprichos del sorteo y dónde te tocara jugar. La influencia de la localía te podía hacer ganar 4-1 de local sin dificultades o perder 5-0 de visitante. En lo emocional, en algún momento te sentías un guerrero en tu propio territorio o tenías que ser un valiente en terreno ajeno para sostener la camiseta como se podía, porque había países que eran complicados.

Lo cierto es que el formato que llegó a través de Kosmos tenía la intención, con un atractivo económico, de tratar de volver a convocar a esas grandes figuras, darle un formato distinto y que un grupo selecto mundial jugara en sedes neutrales, con una reducción de sets de 5 a 3. No fue una imposición de la empresa de Gerard Piqué. No comulgo con lo propuesto, pero las federaciones aceptaron y hubo muchos jugadores, algunos más callados que otros, que se vieron seducidos porque económicamente el número era terriblemente mayor. Cuando se estaba por votar, uno cruzaba los dedos para que ese nuevo formato no se impusiera, pero con el dinero ofrecido se les acomodaba el año a casi todas las federaciones del mundo y a los jugadores que participaran.

Aquellos que vivimos el formato anterior queríamos decir que lo que se vive también tiene un valor muy difícil de poner en términos económicos Le iban a quitar a cada jugador la posibilidad de vivir algo inigualable: las batallas de visitante, los triunfos de local. El tocar el cielo con las manos o sentirte en el infierno. De repente, los llevaron a un territorio neutral sin su gente, sin localía. Por eso entiendo perfectamente a Stan Wawrinka cuando grabó en sus redes sociales su frustración de estar en una ciudad como Manchester jugando la Copa Davis contra Australia en un estadio vacío. En Sydney o en Suiza hubiese estado a reventar. ¿Quién no hubiese querido ir a apoyar a su equipo? A Wawrinka, campeón, gladiador y defensor de los colores patrios.

La ITF debe revalorizar la Copa Davis. Porque era casi sagrada. Intocable. Significaba sacrificar sin ningún tipo de cuestionamientos el calendario personal, cambiar de superficie, bancarse una derrota en un domingo a cinco sets y tal vez en 24 horas jugar en otro país y hasta en otra superficie. Y es justamente lo que vivió Etcheverry, que debutó ayer con un triunfo y a las pocas horas estaba tomando un vuelo hacia China.

La Copa Davis era eso. Y yo quisiese que los jugadores puedan volver a vivir lo que nosotros tuvimos la suerte de vivir. Pero no en una fecha especial en el año, sino que lo puedan vivir durante todo el camino con su gente cuando toque.

Es una obligación atender a las cuestiones modernas y no quedarse en el pasado. Pero el formato tendrá que de alguna manera encontrar la medida justa. Todas las opciones tienen sus pros y sus contras. Jugar como antes en cuatro fechas del año podría volver a espantar a las grandes figuras. Y jugar cada dos años dejaría a las federaciones nacionales sin ingresos de la Davis por una temporada. Es un desafío difícil encontrar un formato que les cierre a las federaciones y a los jugadores. Quizá una opción serían tres fechas anuales en caso de llegar a la final.

Porque no se trata de culpar ni de tildar de egoísta a un tenista por priorizar su carrera porque no sabe cuándo terminara. No lo podríamos criticar. Es su profesión, su físico, su mente, su economía. Y a todo esto lo debe cuidar también.

La Copa Davis es paraíso o infierno. No tiene estaciones intermedias. Un triunfo en la Copa Davis no tiene igual, como una derrota no tiene consuelo fácil Pero así es el torneo. La Davis se juega con los colores de tu bandera, con tu gente o defendiendo en soledad lo que significa representar a tu país. La Copa Davis se juega con una mano sosteniendo la raqueta y con la otra el corazón. Así es como se vive. Y eso es lo que queremos que siga ocurriendo.

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