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Messi, del abucheo a la ovación en Philadelphia, esa plaza terrible donde odian a Santa Claus

Messi tuvo un paso triunfal por Philadelphia, la ciudad de Rocky, donde nació Kobe Bryant, y una de las once privilegiadas de los Estados Unidos con el particular combo «Big Five»: tener equipos en la NFL, NBA, MLB, NHL y MLS, las cinco grandes ligas deportivas del país. Pero lo que hace única a esta plaza en Norteamérica son los fanáticos, con anécdotas de todo tipo en más de 100 años de historia. Y a la que habrá que sumarle esta visita de Leo con el Inter Miami por la Leagues Cup.

Cuenta la leyenda que en los años 30, en pleno auge de la llamada «Ley seca» que impedía la venta de alcohol, el público de los Athletics, una tradicional franquicia de béisbol que luego se mudaría a Kansas y más tarde a Oakland, recibió en su estadio al por entonces presidente Herbert Hoover, quien hizo el primer lanzamiento del juego bajo un intenso griterío desde las gradas: «¡Queremos cerveza, queremos cerveza!».

Tiempo después, en los años sesenta, un avión sobrevoló el viejo Franklin Stadium donde jugaban los Eagles del futbol americano, en medio de un partido, mostrando una pancarta: «Joe must go», en referencia a Joe Kuharich, el coach que luego de arrancar la temporada 0-11 había ganado dos partidos y perdía la chance de asegurarse al reconocido O.J. Simpson en el draft del año siguiente.

En los noventa, era tal el nivel de violencia y marginalidad que se vivía en los partidos de los Eagles que un juez propuso abrir una corte en el interior del estadio mientras se jugaban los partidos. Ya se habían registrado más de 60 peleas en el Veterans Stadium pero la paciencia se terminó cuando un delirante disparó una bengala de rescate de un lado al otro de las tribunas.

Así nació la «Eagles Court», un juzgado donde se dictaban multas de entre 150 y 300 dólares a quienes eran arrestados por agarrarse a piñas, orinar fuera de los baños o llegar alcoholizados. El inédito proyecto se terminó en 2003, en medio de disputas con la policía, y nunca volvió a repetirse.

Así de caliente es Philadelphia, donde en 2017 un hincha de los Eagles pasado de revoluciones fue acusado de pegarle dos trompadas a un caballo de la policía montada y terminó preso. Y donde aconsejan no ir a la cancha con la camiseta del equipo rival.

Sin embargo, nada superó lo vivido en 1968 con el bautizado «Incidente Santa Claus», que dio origen al mito de esta loca ciudad.

Aquella temporada de los Eagles llegó a la Navidad con un récord tan paupérrimo que en el entretiempo de un partido, los hinchas se sacaron la bronca tirándole bolas de nieve a un pobre muchacho disfrazado de Papa Noel, que había bajado al campo de juego para ser parte de un desfile. Con el tiempo, el tipo se terminó haciendo famoso y se hicieron miles de documentales contando su desafortunada experiencia.

Sin embargo, la imagen en ese momento conmovió a EE.UU. por la crueldad de ese gesto en medio de los días donde supuestamente afloraba el espíritu navideño, y Philadelphia se ganó la fama de ser «el lugar más duro» para los deportes. Con el correr de los años, las bolas de nieve se convirtieron en una «simpática» tradición para los hinchas; lo mismo que las pilas, los encendedores y las latas de cerveza en las campañas más turbulentas.

Allí en Philadelphia se festejó al borde del desquicio el triunfo de las «águilas» en el Superbowl 2018, y hace unos meses se sufrió como una pesadilla las tres finales consecutivas perdidas por la ciudad (primera vez que pasa) tras las derrotas de Phillies en la MLB, Philadelphia Union en la MLS y Eagles en la NFL.

El festejo de Philadelphia Eagles tras llevarse el Super Bowl LII, en 2018. Foto: Eduardo Munoz Alvarez/Getty Images/AFP.

El festejo de Philadelphia Eagles tras llevarse el Super Bowl LII, en 2018. Foto: Eduardo Munoz Alvarez/Getty Images/AFP.
En esta Leagues Cup que se define el sábado 19, a Messi lo recibieron como a Santa Claus: lo abuchearon cuando salió a calentar con el resto de sus compañeros y cuando la voz del estadio mencionó su nombre taparon con el griterío los tibios aplausos que algunos intentaron regalarle al 10.

Del tema ya se había hablado en la semana. El entrenador del equipo local les pidió a los hinchas que no revendieran sus tickets por más que les ofrecieran fortunas en dólares y fueran a alentar a su equipo. Horas antes del inicio del encuentro, la estrella de los 76ers y la NBA, Joel Embiid, también se expresó y le pidió al público que respetaran a Messi pero que no se olvidaran de su esencia bulliciosa, distraídos por el aura del argentino.

Sin embargo, todo se dio vuelta en el minuto 20, cuando Messi inventó un golazo de otro partido para poner el 2-0 que empezó a marcar el pulso de la semifinal a favor del Inter Miami. En cada enganche, pase o movimiento del de Rosario, los de Philadelphia respondían con una exclamación de asombro.

Eso sí, más allá de Messi, el orgullo estuvo siempre primero para los dueños de casa: en el entretiempo, 0-3 abajo, despidieron con reproches a su equipo. Y sobre el final, tras el 1-4 que liquidó la serie a falta de pocos minutos, comenzaron a irse sin preocuparse por decirle adiós al capitán argentino.

Los que se quedaron, sí, se olvidaron de Santa Claus y de su propia historia, y se permitieron cantar la canción que suena cada vez más seguido en tierra yanqui: «Meeeeesi, Meeeeesi, Meeeeeesi…».

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