No me he ido de vacaciones. No he estado ausente por elección. Me he visto obligada a ello. Llevo más de un mes hospitalizada. Dos días de fiebre (creía que había cogido frío al dejar las ventanas abiertas una noche) y quién iba a imaginar que contaba con tan sólo unas horas para salvarme la vida porque me estaba quedando sin oxígeno. Algo (no recuerdo qué, porque me he quedado con algo de amnesia) me hizo temer y acudí a Urgencias. Me metieron rápidamente para dentro y me enchufaron oxígeno. Me pidieron que no hablara. Poco después me dijeron que los respiradores de Urgencias no tenían la potencia suficiente que necesitaba y que tenían que ingresarme en la UCI. Allí, me dieron la noticia de que tenían que sedarme y conectarme a un respirador porque estaba muy grave. Y a partir de ahí se apagó todo para mí.
A mi acompañante le dijeron que estaba en estado crítico, que no se sabía si pasaría de esa noche, mis padres cogieron el coche de madrugada para plantarse en Madrid y… Han sido los testigos del horror, junto a las amigas que han seguido de cerca la situación. A ambos les agradezco su incondicionalidad y apoyo. Tenía una neumonía muy grave que dio paso a que el hígado y los riñones fallaran, una sepsis. Cuando a la semana trataron de quitarme el respirador, mis pulmones se olvidaban de cómo respirar, pero mi cuerpo consiguió finalmente que respirara por mí misma. Por el camino me habían provocado un neumotórax y me habían pinchado un pulmón y habían tenido que colocarme unos tubos para paliarlo.
Cuando me fueron retirando la sedación, ataques convulsivos. No era epilepsia. Me había dado un ictus. «Los cerebros jóvenes hacen milagros», les dijeron los médicos a mis padres. A ello se aferraron fuerte una vez que la neumonía estuvo bajo control y yo respiraba sola. Y también había sido provocado por la retirada repentina de toda mi medicación para el dolor. Volvieron a ponérmela.
Pero yo no era yo. No recordaba a mi gata. No recordaba dónde vivía. Sólo reconocía a mis padres. No paraba de repetir que me quería ir a mi casa. Y actuaba de manera extraña. Todo esto es lo que me han contado y lo que indica el informe médico de 11 páginas. Yo no recuerdo nada. Yo estaba en una especie de ensoñaciones en las que se colaban detalles y personajes de la vida real pero… no volví en sí hasta que unas tres semanas después estuve en la habitación, supuestamente fuera de peligro. Y un nuevo revés: mi pulmón encharcado. ¡2 litros había en él! Ahora respiro y puedo leer y escribir. Estoy agradecida a mi cuerpo por todo lo que ha aguantado y por haber sabido cuándo pedir ayuda. Yo creía que era la fuerte, ahora resulta que sólo le aguanto el tipo a él.
*Escritora