En los años 1960 y 1970, la mayoría de los locales bailables se encontraban en el Centro de Córdoba. Uno de los salones más concurridos por los jóvenes era el de la Confitería Oriental, en la primera cuadra de la calle 9 de Julio. Los sábados comenzaba a las 21 horas y terminaba a las 3, y la matiné de los domingos iba desde las 19 hasta las 24. Fui muchas veces a bailar ahí, ya que las chances de conocer gente eran altas.
El espacio consistía en un gran salón en el piso superior. y en planta baja estaba el bar, confitería frecuentada por políticos, empresarios, deportistas, escritores y familias tradicionales de la ciudad que acudían a disfrutar de un té con deliciosas masas finas.
Alrededor de la pista se colocaban las mesas donde se sentaban las muchachas, generalmente acompañadas por alguna de sus madres. Las mesas estaban separadas de la pared, formando una especie de pasillo por donde nosotros caminábamos observándolas hasta encontrar una que nos agradara. Cuando eso sucedía, dirigíamos la vista hacia ella tratando de que percibiera nuestro interés y, si nuestras miradas se encontraban y ella la mantenía, era señal de que le interesaba, y lo que seguía era el clásico cabeceo. Si la joven respondía de la misma manera, me dirigía hacia la mesa y salíamos a bailar.
Las selecciones duraban entre 15 y 20 minutos, y cuando la música paraba, las muchachas volvían a sus lugares y nosotros esperábamos la próxima selección. Entonces, comenzaba la segunda parte del proceso: si la joven nos había gustado, volvíamos al lugar desde donde la divisábamos y le dirigíamos la mirada. Si ella no nos miraba, había que resignarse a que no le habíamos caído en gracia, pero si nos devolvía la mirada de nuevo, la cabeceábamos y continuábamos bailando.
El baile era animado por dos locutores de radio que gozaban de gran popularidad por aquellos años: Enrique del Campo, creador de uno de los programas más escuchados en la ciudad, Resonancias musicales, y Darío Martel, cuyo fuerte era el deporte, pero que se desempeñaba en varios programas.
Generalmente, la música era de disco, pero en ocasiones se presentaba algún conjunto musical. Recuerdo uno especialmente de moda por entonces, y que fue de los primeros en incursionar en el rock. Se llamaban Los Teenagers y algunos afirman que fueron precursores de Los Beatles.
Encuentros y desencuentros
Otro local muy conocido era Intermezzo, que se encontraba en el primer piso de la galería Mitre, a pocos metros de la avenida General Paz. Era un salón de muy buen gusto, concurrido por personas jóvenes y también adultos.
Ahí pasaban música suave, y a menudo conocidos artistas de Buenos Aires presentaban un show. Una noche compartí el ascensor con Horacio Deval, un cantor que interpretaba tangos al estilo de Gardel. Sobre el smoking llevaba una larga capa azul.
Le pregunté qué iba a cantar y me respondió que todo Gardel: El día que me quieras, Yira Yira, Mano a mano, entre otros.
Esa noche me costó encontrar una compañera, ya que la mayoría eran tangueras y yo no era bueno bailando tangos.
Otra noche fui más afortunado y conocí a una bonita muchacha que vivía en un lejano pueblo del sur de Córdoba; estaba de paseo en la ciudad.
Después de bailar, me senté a la mesa con ella, que estaba acompañada por dos amigas. Compartimos unos tragos y, pasada la medianoche, la acompañé a tomar un taxi. Al día siguiente, nos encontramos, dimos un paseo y, antes de despedirnos, intercambiamos teléfonos para encontrarnos en el próximo viaje.
Sin embargo, la historia no tuvo un final feliz: tuve la idea de darle una sorpresa y visitarla en el pueblo donde vivía. Tomé el ómnibus y fui. Pregunté por ella a unos muchachos en el único bar del pueblo y me dijeron que sabían quién era.
Poco después la vi caminando del brazo de un muchacho. Uno de los que había estado hablando me preguntó si era esa la chica que buscaba, a lo que respondí que sí. Otro que estaba con él me dijo, con cara de pocos amigos, que la chica era la novia de su primo. Cuando ella me vio, sus ojos se abrieron desmesuradamente. Sin esperar más, salí del bar y me dirigí lo más rápido que pude a la terminal.
Tango traducido al cordobés
Por otro lado, en la galería Mitre, estaba Maxims, donde iba un público más adulto. Allí se bailaba y se presentaban shows con renombrados artistas que interpretaban desde tangos a música romántica.
Recuerdo el único cantor de tangos cordobés que se presentaba al público como “Hugo, el de la peatonal”. A veces lo veía tomando café en el bar El Molino rodeado de amigos, artistas o alguna bella dama, lo que confirmaba su fama de conquistador.
Me llamaba la atención el hecho de que no tenía el aspecto del cantor porteño, tan compadrito y de sonrisa radiante, sino que era algo robusto pero no gordo, y tenía un aire tranquilo, casi diría melancólico.
Siempre recordaba cómo cambiaba la letra del tango Garufa para “acordobesarlo”. La letra original dice: “Tu madre dice que sos un bandido/ porque supo que te vieron la otra noche en el parque japonés”, y Hugo lo modificaba así: “Tu madre dice que sos un bandido/ porque tu madre supo que te vieron la otra noche en la peatonal”. Era un pequeño cambio que al público le caía bien.
Momento de melancolía
Frente a la plaza San Martín estaba la Rubén Díaz, llamada así debido a que el propietario tenía el mismo nombre y la confitería bailable El dorado, por el hecho de que el propietario tenía un Cadillac modelo El dorado.
Hace poco me encontré con Daniel, un amigo que conoce como pocos la historia de los bares, confiterías y hasta de los cabarets que por esos años también se encontraban en el Centro de la ciudad.
Estaba tomando un café en un bar de la calle 9 de Julio. Cuando me acerqué a saludarlo, me invitó a sentarme y me presentó a la persona que estaba con él.
Cuál no sería mi sorpresa cuando me dijo que era cantor de tangos en Maxims. Le pregunté cómo se llamaba y me dijo que Hugo. No lo podía creer: más de 50 años después estaba frente a aquel cantor que escuchaba cuando era joven.
Le dije que yo lo había escuchado cantar muchas veces y que recordaba cómo le cambiaba la letra al tango Garufa, por lo que él se sorprendió de mi memoria.
Me comentó que había cantado muchos años en la tanguería de Rubén Díaz en la calle Rosario de Santa Fe, uno de los pocos locales en el que se bailaba únicamente tango, y me dijo que una noche inolvidable había compartido el escenario con el Polaco Goyeneche.
Charlamos un rato más y llegamos a la conclusión de que los cambios en la ciudad habían sido tan importantes en las últimas décadas que ya casi nada quedaba de aquella Córdoba. Un rato más tarde me despedí de ellos y salí.
Mientras caminaba por las calles tantas veces recorridas, la memoria comenzó a hilvanar recuerdos, historias, momentos vividos que parecían olvidados, pero por el contrario, las imágenes surgían claras y nítidas como si hubieran sucedido pocos días atrás. Camine hasta encontrar un bar, me senté y pedí un café mientras resonaba en mi mente la voz de Hugo cantando Garufa.
Esa tarde la melancolía ganó la partida.