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Mario Pergolini y el Pelado López revivieron su primer cruce: frases filosas y pedido inesperado

La televisión de los ’90 dejó muchas postales, pero pocas tan fundacionales como el encuentro entre Mario Pergolini y Guillermo «Pelado» López. Aquel primer diálogo, desopilante y tenso a la vez, volvió a la superficie durante una charla mano a mano en Otro día perdido, donde el ex CQC se reencontró con su exjefe y mentor para repasar cómo comenzó todo.

Risas, códigos compartidos y una historia que parece escrita a medida para convertirse en anécdota de culto. “Me acuerdo perfecto de lo que dije”, soltó López, como quien recita de memoria un libreto que nunca se borró.

Aquel día, hace más de dos décadas, todavía era un pibe con aspiraciones y ningún contacto. Sin trabajo, sin agente, sin un lugar claro en el medio. Pero sí con una certeza: quería entrar al universo de Caiga Quien Caiga. Y sabía quién tenía la llave.

Era una mañana como cualquier otra, con el ritmo de la ciudad mezclado con el humo y los murmullos que salían de la Rock & Pop, cuando el joven Guillermo decidió jugársela. Esperó en la puerta de la radio con una sonrisa que disimulaba los nervios. Sabía que Pergolini pasaría por ahí. Había ensayado lo que iba a decir una y otra vez. Cuando lo vio, respiró hondo, se adelantó y disparó: “¿Te puedo molestar un segundo?”.

La respuesta no tardó en llegar, filosa y con marca registrada: “¿Para qué me vas a molestar si me podés tratar bien?”. Pergolini lo dijo cruzado de brazos, con gesto serio. La escena ya tenía testigos. López se sintió observado, incómodo, pero no se achicó. Redobló la apuesta: “Disculpame, ¿te puedo tratar bien un segundo?”.

Y ahí llegó el guiño que daría inicio a una sociedad inesperada: “Ves que entendés. No sos tan boludo”, replicó Mario, con media sonrisa. La tensión inicial se mezcló con un humor tenso y la energía de quien sabe que está jugándose todo. López no se achicó.

“Y además, capto mucho la atención”, lanzó, con más desparpajo que estrategia. La frase, improbable e inolvidable, provocó risas y dejó a Pergolini intrigado. Fue apenas el primer ladrillo de una historia que terminaría en televisión nacional.

Antes de ese día, el Pelado era uno más entre miles que buscaban su oportunidad. Vendía caramelos y chicles por la ciudad para sobrevivir, y en sus ratos libres estudiaba actuación con Agustín Alezzo. Soñaba con actuar, pero no llegaban los castings ni los trabajos. Hasta que, sin red, apostó por una jugada frontal: “Mirá, soy actor. Pero no tengo laburo, ni representante, ni plata. Quiero trabajar con vos”.

Sacó su currículum con la timidez del que no espera mucho, pero igual lo intenta. Pergolini lo miró, frunció el ceño y fue tan directo como siempre: “Dejá, no me lo des porque te voy a generar una ilusión que ahora no te la voy a poder cumplir. Volvé en noviembre”.

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