Editorial
La polémica en torno de una foto que se sacaron seis niños hinchas de Newell’s con un jugador del equipo rival nos está diciendo mucho más de lo que nos gustaría escuchar sobre nosotros mismos.
07 de junio de 2025, 06:00
En ocasiones, la sociedad argentina se infantiliza, con personas adultas que hacen cosas propias de niños que aún no asumieron normas y conductas de una comunidad atenta a sus derechos y obligaciones.
En ese plano, no debería sorprendernos que el ejercicio de la política haya devenido en una confrontación tribunera, irrespetuosa y procaz, en la que la norma parece ser el desprecio por el otro. Esa práctica implícita en algunos comportamientos del fútbol, con su carga de violencia, se ha extendido a otros ámbitos.
Vale, por caso, repasar lo que pasó hace algunos días en Funes, provincia de Santa Fe, donde seis niños de 9 años de la Escuela de Formación de Talentos Malvinas Argentinas (vinculada con el club Newell’s Old Boys de Rosario) casi fueron sancionados con suspensión y pérdida de becas por haberse fotografiado con un ídolo deportivo, Ignacio Malcorra, jugador de Rosario Central, clásico rival de Newell’s.
Eso fue lo primero que comunicó a los medios el coordinador de la escuela de fútbol de los niños, que incluso calificó positivamente la medida como “ejemplificadora”.
Pero detrás de estos códigos futboleros, no hay más que fanatismo y una confusión: la concepción del adversario o rival en un juego como un enemigo que no amerita cortesía ni consideración alguna. Lo preocupante es que esa intolerancia es transmitida como “un valor” a las infancias y a las nuevas generaciones, disfrazado de “respeto al escudo y a la camiseta del club”.
El asunto llegó incluso a extremos de ciega intolerancia que llevó a no pocos a amenazar a los padres de los niños por la supuesta “traición” cometida por sus hijos.
Por suerte, también en el fútbol hay voces que llaman a las cosas por su nombre y aportan el manto de respeto y lucidez que en otros sectores escasea.
Quien puso el tema en su justa perspectiva fue el DT de la selección argentina, Lionel Scaloni, al asegurar que “a esa edad yo también me hubiera sacado una foto”.
Por otro lado, tras hacerse público el “castigo” a los seis niños, el presidente de Newell’s, Ignacio Astore, salió a aclarar que no se les sacará la beca y no recibirán ningún tipo de correctivo, ni los niños ni sus familias.
Sería todo un desafío para cualquier ciudadano argentino tratar de explicar por qué nos ocurren estas cosas. Y mucho más arduo, justificar que la política que en estos tiempos se practica entre nosotros está llena de desprecio con el otro, porque se divide al mundo entre quienes se han sometido y quienes no lo hacen. “Para el enemigo, ni justicia”, profirió alguna vez un mandatario a la multitud. Y en eso estamos.
Si el más ridículo de los gestos puesto en contexto posee una carga reveladora del estado de una sociedad, a la nuestra le vienen sobrando síntomas de una enfermedad que nos viene corroyendo en la imposibilidad de convivir democráticamente escuchando y siendo escuchados.
Lo sucedido a seis niños de 9 años nos está diciendo mucho más de lo que nos gustaría escuchar sobre nosotros mismos.