InicioSociedadSi miro atrás

Si miro atrás

Se acaba el año y empieza uno nuevo. El ciclo de la vida: un mismo tiempo vivido a distinta velocidad, según nuestras circunstancias. 365 días pueden ser pocos, suficientes o nada. Pueden ser el tiempo necesario para conocerse, o un suspiro en el que, a veces, no has sido consciente de quien tuviste a tu lado. 365 días son sinónimo de cansancio o de ilusión por seguir.

Cuando era más pequeña, no sentía la necesidad de hacer balance del año que despedía. Ahora, con unas cuantas de experiencias, fracasos y deseos a mis espaldas, llega el final de un año y la nostalgia por recordar se apodera de mí. Como decía Jorge Luis Borges, «el tiempo es la sustancia de la que estoy hecho».

Veo, sin embargo, cómo cada vez lo desaprovechamos más: dejándonos arrastrar por la rutina, llenando las horas con ruido para no escuchar el silencio de lo que nos falta. Pasamos por los días de puntillas, sin permitir que el tiempo nos duela o nos queme. Quizás por eso antes no me hacía falta hacer balance: no me importaba el paso del tiempo porque lo exprimía y lo hacía mío. Ahora, incluso cuando quiero detenerme, los días parecen deslizarse sin que pueda sujetarlos.

En enero lloré. En febrero eché de menos. En marzo creyeron en mí y esa fe fue refugio para esconderme de mis dudas. En abril volví a ser yo. En mayo me puse una flor y salí a la calle. En junio fui turista y descubrí lugares nuevos. En julio descansé. En agosto pensé: «¿Qué hubiera pasado si…?». En septiembre sentí tranquilidad y volví a escribir. En octubre dudé de lo que estaba haciendo y de hacia dónde iba. En noviembre hubo muchas sobremesas, conversaciones largas y momentos felices. Y en diciembre sentí amor, cercanía y gratitud por todo lo vivido.

Es la inestabilidad de estar vivos: transitar la alegría y la tristeza. Querer que alguien regrese, pero saber que es mejor así. Tener una oportunidad más. Decepcionarte y no decir nada. Querer en silencio, pero también gritándolo a los 4 vientos. Mirarnos y encontrarnos. Luchar por lo que es tuyo. Sentir que todo pesa y, al mismo tiempo, que todo es ligero. Vivir con la certeza de que nada dura, pero también con la certeza de que cada instante cuenta. Ese ha sido mi año y, seguramente, también el tuyo: ambivalente y real.

Que el año que empieza nos encuentre abiertos a él. Le pido aprender a seguir habitando el tiempo como cuando éramos niños: con calma, sin máscaras. Dejar de guardar cosas en el tintero, de esperar el momento oportuno para decir un «te quiero» o pedir perdón; que las palabras salgan antes de que el reloj haga su trabajo. Ojalá que me siga sorprendiendo un atardecer y que no se me olvide nunca mirar al cielo, aunque todo lo demás corra. Que no sea inmune al dolor ajeno, que no se me anestesie el corazón por mucha rutina que me rodee. Y así, cuando vuelva a hacer balance, sentiré que no he pasado por mis días como una espectadora.

*Psicóloga

Más noticias
Noticias Relacionadas