Acaba 2025 con la sensación de que, una vez más, el año ha podido ser mejor, que el coste de oportunidad de transformación y mejora de la economía vuelve a lastrar el país y que la realidad diaria de la mayoría de su tejido productivo, de las pequeñas y medianas empresas y de los autónomos, continúa malviviendo con ese cuadro macro que no sirve para otra cosa que para justificar esta parálisis.
Recaudamos más que nunca y el abandono inversor en las infraestructuras es proverbial. Basta mirar el capítulo eléctrico, la capacidad renovable y la falta de redes para empezar. Necesitamos avanzar en desarrollo tecnológico -mucho- y renunciamos a 60.000 millones de euros de fondos porque somos capaces de pedirlos si hicieran falta y en mejores condiciones. Es imprescindible recortar la inflación de normas, leyes y cargas para liberar proyectos y facilitar la actividad y el único criterio válido es el intervencionismo más rancio y la sospecha permanente sobre inversores y contribuyentes y sobre empresas y ciudadanos.
Y así ha pasado el año, un año más, donde lo único que le ha importado a este gobierno es el poder por el poder, sin capacidad para gestionar, con presupuestos eternamente prorrogados, imponiéndose a base de decretos leyes y encastillado tras los muros de la autosuficiencia.
