En la zona en la que vivo hay una mujer que tendrá aproximadamente mi edad, aunque parece que tiene mucha más porque carga en el alma con el peso de la pobreza y en las venas con el de la adicción. Es pequeña, menuda y educada. Te la puedes encontrar delante de una cafetería o en las escaleras del portal que ha elegido de balcón para ver pasar la vida. La suya y la de los otros. Cuando se acerca para pedirte dinero lo hace con la disculpa por delante y no se anda con rodeos, no te habla del hambre ni de unos hijos a los que mantener. Ella va directa al grano, al mono, a los tres euros que cuesta el boliche. A veces por las noches la escucho gritar desde la calle, se me encoge el corazón y la entiendo. Acaso, ¿no le imploraría yo si estuviera en su lugar, a voz en grito, a un dios o al mismísimo satán, una explicación de las cartas con las que me ha tocado jugar la partida de la vida? Sé que habrá quien piense que ella ha elegido esa existencia, pero también hay que entender qué circunstancias la obligaron a tomar determinadas decisiones. ¿Tenemos siempre la oportunidad de elegir? Esta chica nació del vientre de una mujer heroinómana y con semejante carta de presentación al mundo pocas posibilidades de marcarte un rumbo lejos de la adicción, de la calle y de la precariedad tienes. Un bebé expuesto de forma intrauterina a las drogas no viene a la vida con un pan bajo el brazo sino con el noventa por ciento de probabilidades de desarrollar trastornos psiquiátricos, consumo de drogas y situaciones de exclusión social. Ahora es ella la que está embarazada y al verla pequeña, menuda y educada me pregunto cómo pudo abrirse paso la vida a través de un cuerpo que apenas tiene energía para mantenerse a sí mismo. ¿Podemos considerarlo un milagro o una maldición? Ese bebé al que dará a luz sufrirá el síndrome de abstinencia neonatal, lo que se traduce en llanto agudo, temblores, problemas para dormir, diarrea, fiebre, sudoración y rigidez muscular en el momento del posparto y problemas en el neurodesarrollo a lo largo de su vida. Pleno al quince. En ocasiones me imagino a esta mujer que deambula por la zona en la que vivo el día del parto y también la vida que llevará ese pequeño ser humano que contra todo pronóstico consiguió germinar en tierra árida, que no estéril. Ese niño será retirado por los servicios sociales y con suerte caerá en una familia acogente. Quizá crezca rodeado de amor y con una vida plena o será institucionalizado y repetirá los pasos de su abuela y de su madre. En ocasiones tengo largas conversaciones con mi marido sobre el destino y el azar. Él cree que muchas de las experiencias que transitamos se deben al azar, en cambio, yo me inclino más hacia el destino. Lo sé, lo sé, se preguntarán que dónde dejo el libre albedrío. Sencillamente cada vez dudo más de la capacidad de elegir cuando por diferentes contextos lo tienes todo en contra. Mi abuela diría que un niño siempre es un motivo de alegría. Raras veces pongo en duda todo lo que aprendí de esa mujer, sin embargo, en esta ocasión creo que cuando el sufrimiento está asegurado, cuando la sombra de la enfermedad y de la adicción va a pender sobre tu cabeza como una espada de Damocles es preferible no abrirse camino hacia la vida. Pero otras veces, al ver la curva que se le dibuja en su escuálida figura, fantaseo con la esperanza de que esa criatura venga a hacer algo grande, a romper moldes y estándares. Ojalá esa garra con la que se aferró al primer óvulo disponible, a la placenta, a la sangre de su madre le acompañe siempre y derribe todos los obstáculos que el destino (o el azar) le pongan en esta aventura que es vivir. Ojalá ese niño o esa niña sea feliz, de verdad, lo deseo con todo mi corazón.
*Escritora
