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Lo que se cifra en el nombre

El experimento que gobierna este país ha decidido intentar borrar del brazo izquierdo de la Argentina el tatuaje de Maradona. En ese tatuaje, Diego aparece haciendo todas las cosas que los argentinos sabemos que hizo: haciendo jueguitos en zapatillas, humillando a Gatti, desparramando a Fillol, golpeando, siendo golpeado, haciendo todos los goles, haciendo el gol, tocándola con la mano, tomando merca, levantando la copa, hablando con periodistas, disparando a periodistas, teniendo sexo, teniendo hijos, teniendo abstinencia, teniendo un paro cardíaco, siendo sostenido de la mano por una enfermera, teniendo a Putin de la manito, puteando a los yanquis, puteando a la FIFA, puteando a los tanos, puteando a Pelé, brillando en la tele, entrevistando a Pelé, abrazando a Hebe, cantando la marcha, disfrazándose de entrenador. Y el gobierno ha decidido intentar borrar todo eso de la piel de un país que es el nuestro.

El Banco Central mandó a acuñar una moneda horrible, de una fealdad hecha de rencor y de odio, para agraviar la memoria de Diego Armando Maradona. En el texto de presentación, no dice el nombre de Maradona ni una sola vez. Y la moneda se hizo en España. Angustia, querido rey.

La moneda que lanzó el Banco Central de la República Argentina (BCRA) dedicada al próximo Mundial de fútbol que se disputará en 2026, que incluye un homenaje al exjugador Diego Armando Maradona.

De un lado, la moneda tiene una pelota sin gracia, sin vida, rodeada de una leyenda seca y tosca que dice “República Argentina – Copa Mundial de la FIFA 2026” con una tipografía sin serifa. Ni una Times New Roman, ni una Georgia, nada. No: una Arial, o incluso peor. Sin firuletes, sin tacos, sin caños. Es la moneda del mediocampo del Boca de Bianchi sin Riquelme, o de la Italia campeona del 2006, que se llevó la copa sin transpirar una gota de arte. No es la moneda del hombre que hizo esto que hacemos todos los argentinos desde que nacemos de la forma más bella que se conozca.

Del otro lado, la moneda tiene un número 10 que podría haber sido el de la camiseta de Diego pero no es y muestra el recorrido del gol aquel -¿cómo que cuál gol?- como una horrenda cicatriz cosida a las apuradas. Una línea y unas cruces encima como si la costura se hubiera hecho mientras la sangre brotaba a mares. ¿Cuál es esa herida? ¿Quién o quiénes son los que sangran? Puede ser la herida de la Argentina pacata, que lo quiso mientras fue funcional y productivo. Cuando fue jugador pero no cuando fue una persona. La cicatriz de la herida de que el mayor episodio cultural de esta nación que somos sea ese negro villero que se sintió imparable y poderoso. O es la herida de Diego, que a decir de Leonardo Favio carga una cruz porque «lleva el peso de la alegría y el desánimo del mundo».

X de BCRA

«No hay dolor más atroz que ser feliz», cita Favio a Zitarrosa, con Maradona al lado. No hay dolor más atroz que tener que hacernos felices.

Dice el Banco Central de la República Argentina, como si no tuviera otra cosa de qué ocuparse: sepárese este gol de ese autor. Jugar lo hizo un artista, hablar lo hizo un artista maldito. Parecen ordenar, marciales: sepárense estas piernas de esa boca. Como si fuera posible.

Resulta curioso que los adoradores del individualismo y el éxito en soledad quieran borrar la firma de la obra cumbre de la disciplina que más nos importa -que más nos afecta, nos atraviesa- a los argentinos. Así el gol no tiene padre. Es un gol sin pecado concebido. El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del otro. Salvo que seas Diego Armando y hayas salido de Fiorito a comerte el mundo. Ch, ch, ch, no, chiquito. Ahí no.

Creer que lo que no se nombra no existe no es lo mismo que no nombrar lo que tiene existencia plenipotenciaria. Es, de hecho, su contracara: en un caso se parte de la invisibilidad; en el otro de la omnipresencia. Y por eso la supresión del nombre causa el efecto contrario. Ya sucedió en este país la proscripción de un nombre. Fue hace varias décadas. ¿Se canta acaso hoy la marcha aramburista? ¿O qué marcha se canta?

La excusa, pobretona, del Banco Central de la República Argentina de no usar el nombre para evitar problemas legales no alcanza. Queda, mustia, se diluye la excusita esa ante el reflejo de las nenas -Dalma y Gianinna- que bramaron la defensa del honor del padre y reclamaron más la autoría del gol, su firma y la mención del nombre de Maradona que las regalías comerciales del uso de ese nombre.

“Lo necesitan. Lo usan. Lo ningunean y no lo quieren nombrar”, dijo Gianinna. No pueden evitarlo, más bien. Se les viene encima y aun así le gambetean torpes el apellido.

Como a Borges con Jacinto Chiclana: ¡Quién sabe por qué razón me anda buscando ese nombre!

Diego Armando Maradona. Un nombre redondo, completo, contundente. ¿Cuánto pesa llamarse Maradona, Diego Armando? 2,78 millones de kilómetros cuadrados, pesa. El Diego. Maradona. Un nombre argentino.

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