Hace 25 años, cuando todavía era conocido casi exclusivamente como ‘The Rock’, Dwayne Johnson aprovechó su fama como campeón de lucha libre para dar el salto al cine luciendo músculo en la fantasía ‘El regreso de la momia’ (2001); y si por entonces alguien hubiera predicho que ese gigantesco pedazo de carne llegaría algún día a ser nominado al Oscar probablemente lo habríamos mandado al loquero. A día de hoy, es cierto, Johnson sigue sin haber aspirado a la estatuilla, pero que a nadie le quepa ninguna duda de que los productores de ‘The Smashing Machine’, que hoy se ha presentado a competición en la Mostra de Venecia, harán como mínimo cuanto esté en su mano para remediar eso.
El actor tiene el relato a su favor: el personaje que encarna en la película es también una persona real, representa el primer papel de su carrera que le permite exhibir sus habilidades como actor dramático, y para interpretarlo ha experimentado una transformación física extrema al ganar más y más kilos de músculo hasta convertirse en una verdadera montaña. Los encargados de repartir galardones suelen sentir predilección por ese tipo de narrativas, y sin duda esos mismos productores aprovecharán el empuje de Johnson para intentar que la película misma se cuele entre las favoritas cara a lo que en Hollywood se conoce como la Temporada de Premios. Pero en su caso, visto lo visto, lo disparatado sería que acabara lográndolo.
‘The Smashing Machine’ cuenta la historia de Mark Kerr, dominador absoluto de las artes marciales mixtas (MMA) a partir de 1997, cuando ese ultraviolento deporte todavía era algo marginal y situado al borde de la ilegalidad, y que en 2000 sufrió una crisis a causa de su fragilidad psicológica y su adicción a los analgésicos y los opiáceos que a punto estuvo de acabar con su vida. Y durante nueve décimas partes de su metraje, la película se contenta con transcurrir exactamente a la manera de la versión más rutinaria del tipo de película que uno imagina al leer la frase inmediatamente anterior, hasta que en sus últimos compases llega a poner en cuestión la necesidad de su propia existencia.
Entretanto, no se molesta en invitar a reflexionar sobre el precio que un deporte como las MMA cobran a quienes lo practican, porque sugiere que Kerr ya traía sus traumas de casa, y tampoco se atreve a cuestionar la idea de masculinidad que a buen seguro contribuyó al ocaso de su protagonista, porque en realidad prefiere sugerir que se trata de un deporte de hombres y que la presencia de las mujeres en las vidas de quienes lo practican no es sino un estorbo. Da la sensación de que es una película que se contenta con ser, con existir, y lo más llamativo es la desfachatez con la que exhibe esa falta de hondura.
Nada de eso impedirá que Johnson obtenga numerosos elogios por su trabajo en la película y, probablemente, está bien que así sea; pocas pegas pueden ponérsele a su trabajo. El principal motivo por el que ‘The Smashing Machine’ resulta decepcionante es que su director es Benny Safdie, responsable junto a su hermano de varias películas dotadas de una energía inclasificable y maravillosa entre las que destacan ‘Go Get Some Rosemary’ (2009), ‘Good Time’ (2017) y ‘Diamantes en bruto’ (2019). A la espera del estreno de ‘Marty Supreme’, la primera película dirigida en solitario por Joshua Safdie, la otra mitad de la pareja, resulta tentador dar por hecho que hicieron mal en separarse.
Brady Corbet, Adelaide James Fastvold Corbet y Mona Fastvold a su llegada a la premier de ‘The Testament of Ann Lee’ en Venecia I / ETTORE FERRARI / EFE
Ann Lee y los ‘shakers’
‘The Smashing Machine’ es una película que justifica la mala reputación que tiene el cine biográfico a causa de su tendencia tanto a seguir a pies juntillas fórmulas narrativas trilladas -ascenso, caída y redención, por ejemplo- como a funcionar a modo de publirreportajes de sus objetos de estudio. Tal vez la gran baza de la otra película aspirante al León de Oro presentada hoy, ‘El testamento de Ann Lee’, sea su empeño en esquivar esas malas costumbres. Dirigida por la noruega Mona Fastvold y coescrita por el también actor Brady Corbet, director de la reciente ‘The Brutalist’ -a su vez coescrita for Fastvold-, la película se sitúa entre el musical el drama de época y el estudio psicológico para hablar de la mujer del título, en su día líder de la Sociedad Unida de Creyentes en la Segunda aparición de Cristo, también conocida -para acortar- como ‘Shakers’.
Tanto su negativa a respetar los estereotipos del subgénero al que pertenece como su intrepidez visual resultan admirables, pero por los dictados del género al que pertenece, pero es una lástima que dedique tanto tiempo a unas coreografías de canto y baile más bien risibles y tan poco a ahondar en sus personajes. Pero su mayor problema es que, pese a que los ‘shakers’ destacaron por ser una comunidad religiosa destacable por valores tan nobles como el énfasis en la igualdad de género y la exaltación de la vida comunal e igualitaria, de algún modo se las arregla para retratarlos como una panda de fanáticos sectarios.
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