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Evacuados por el incendio en Cáceres: «Era cuestión de tiempo, el monte en ese estado era una bomba»

El humo ya se divisa en las inmediaciones de Plasencia, que avanza desde la sierra tiñendo de gris el cielo de agosto. En contraste, la vegetación enmarca el paisaje de La Bombonera, el centro de refugio improvisado para los vecinos de Jarilla, Cabezabellosa y Villar. Allí se mantienen cientos de personas lejos de sus casas ante el incendio que comenzó el martes por la tarde y que ya ha calcinado más de 4.600 hectáreas en el norte de Cáceres. Mientras unos 300 efectivos intentan contener las llamas, la incertidumbre y el desasosiego se cuelan en las conversaciones, buscando alguna noticia que devuelva la esperanza de volver pronto.

Es el tercer día en el pabellón municipal, donde los colchones improvisados se agolpan en el suelo como un tetris de colores. Los jóvenes se refrescan en la piscina; los trabajadores de Cruz Roja reparten alimentos y atienden las necesidades de los evacuados; y las sillas y mesas se convierten en lugares donde la gente, simplemente, espera.

El pabellón Ciudad de Plasencia, conocido como La Bombonera. / Jorge Valiente

Críticas a la gestión

La preocupación se ha transformado en indignación y tristeza. «Ahora sí hay muchos medios, pero ya para qué», protesta un matrimonio de Villar de Plasencia que prefiere no identificarse. Critican que la respuesta ante el incendio llegó tarde: «Empezó a las seis de la tarde. En ese momento se podía apagar, pero incorporan efectivos cuando está descontrolado. Hoy, jueves, ya hay cinco pueblos afectados«.

Para ellos, los vecinos que decidieron no ser evacuados no actuaron de forma irresponsable: «Es fácil decir que la gente es suicida y que se queda. Pero si tu familia vive de vacas y ovejas, ¿cómo no te vas a quedar defendiéndolas? Si se te quema la casa, no te dan nada; si se te quema el ganado, pierdes tu medio de vida y el de tus hijos. Algunos prefieren arriesgarse antes que arruinarse. ¿Qué ayuda recibieron en La Palma, Lorca o Valencia? Palabras».

Cumplir las órdenes de evacuación

Patricio Ruiz y Julián Sánchez, también de Villar, opinan lo contrario. «Muy mal hecho, las normas están para cumplirlas. Si te dicen que salgas, tienes que salir. En nuestro pueblo salió todo el mundo», dice Ruiz, de 82 años, quien añade que, aunque tiene ganas de volver, «sabemos que aquí estamos más seguros. Nos tratan muy bien, Cruz Roja nos da todo lo que necesitamos«.

Vecinos evacuados piden a la Policía Local ayudar en el incendio. / Jorge Valiente

Sánchez explica que a él le permitieron regresar escoltado por la Guardia Civil para dar de comer a sus gallinas. Aun así, la esperanza se desvanece: «Ayer creíamos que nos iban a dejar volver, pero el fuego empeoró otra vez», coinciden. Sobre la gestión, son claros: «Esto había que haberlo pensado antes. El fuego se apaga en invierno, limpiando el monte. Hay que tener más bomberos y dejar trabajar a la gente que sabe del campo». Consideran que la tragedia era cuestión de tiempo. «La sierra, en ese estado, era una bomba», aseguran.

La espera se hace larga

En otra zona del pabellón, Julián Nieto, de 64 años, afronta su tercer día en La Bombonera con dificultad: «Sobre todo, por la incertidumbre. No sabemos qué pasa en el pueblo. Hay rumores de todo tipo, pero nadie tiene información exacta». Sabe que algunas casas en las afueras podrían estar afectadas, pero no tiene detalles precisos.

Hoy hay menos gente que el primer día, pues muchos han buscado otros refugios. Nieto pasó la primera noche en este punto de refugio, pero después se trasladó al Hotel Azar, donde apenas encontró una habitación libre. «La preocupación es mayor que ayer, y la tristeza también. Toda la sierra se está quemando… Va a quedar todo arrasado: la de Cabezabellosa, la de Jarilla… todo», lamenta.

Julián Nieto, vecino de Villar de Plasencia. / Jorge Valiente

Su mayor temor es que el fuego entre en el pueblo y afecte alguna vivienda. También le preocupan los animales: «Ayer tuve que soltar a mis cinco caballos de la finca y llevarlos a una zona menos peligrosa». La ganadería es el sustento de la mayoría en la zona, por lo que el riesgo para el ganado es una preocupación común.

Una farmacia sin acceso

En el quiosco junto a la piscina del polideportivo está José Luis Falcón, farmacéutico de Cabezabellosa. Pasó la primera noche en Plasencia para atender a los vecinos y distribuir medicación, convencido de que el incendio sería pequeño y pronto controlado. «Ayer todo empeoró, así que nos fuimos a Cáceres», relata. Hoy ha regresado con la intención de ayudar, pero, sin acceso al pueblo, no puede dispensar medicación. La atención se realiza ahora desde el centro de salud y la farmacia de Plasencia.

Fuera, el fuego sigue marcando el ritmo de los días; dentro, la vida en el pabellón transcurre entre conversaciones a media voz. La sierra arde, y con ella, la paciencia de quienes solo quieren volver a casa.

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