Durante los mil años de vida judía en Polonia, Lublin se transformó en un centro cultural inmenso.
Existían posibilidades de educarse hasta los más altos niveles. Sabios reconocidos mundialmente vivieron y fueron sepultados en Lublin.
Hasta le época de entreguerras, el más desarrollado instituto educativo en temas de estudio de los libros sagrados tenía su sede en aquella ciudad.
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Hasta la llegada de los nazis. Estos, a diferencia de otros lugares de Europa, transformaron el Casco histórico de la ciudad en el ghetto. Bastó solo cerrar dos calles y alcanzó. El patrimonio de una ciudad antiquísima fungió de encierro y tortura, con la ayuda de los jinetes del apocalipsis del nacionalsocialismo (hambre, frío, peste, aislamiento).
De hecho (en la próxima nota lo ampliaremos), construyeron el campo de exterminio de Majdanek en sus afueras para liquidar a la judería de Lublin.
Y no solo eso, los nazis pavimentaron el camino que los judíos tenían que recorrer hasta su destino final con las lápidas del cementerio, profanando doblemente el recuerdo de los que ya no están.
En otras palabras, en lugar de ser recordados y marcar su lugar de último descanso, sus lápidas guiaron a sus descendientes, sin lápida alguna, a su inexistente última morada.
La hermosa Cracovia
Pero el caso de Cracovia es más significativo aún. Una ciudad hermosa, con un bellísimo casco histórico, gastronomía de alto nivel, en fin oferta turística de primera línea. Pero, tengo que advertir, con trampa.
La fábrica de Schindler, punto de interés significativo no es lo que debería. Los turistas pagan y hacen fila para entrar a lo que una vez dentro es el buen museo sobre Cracovia durante la ocupación nazi. Pero no es lo que fuiste a ver. El recuerdo y la presencia de Schindler fue recluido a su otrora oficina.
Por si no sabés de lo que hablo, Oskar Schindler y su esposa Emilie han sido declarados “justos entre las naciones” por haber salvado con su acción 1.100 personas de haber muerto en la Shoá.
Y la película ganadora del Oscar (ahora con c) de Steven Spielberg fue un antes y un después de la historia de los sobrevivientes. El impacto fue tal que allí, por los principios de los 90s, empezaron a hablar muchos de los que habían guardado silencio desde el fin de la guerra.
Volviendo a Cracovia, que quedó intacta, exhibe la riqueza de una activa vida judía que un tercio de la población de aquél entonces desarrolló.
Llena de inscripciones en idisch en las calles, inmuebles y locales. Museos de diversas manifestaciones culturales judías. Locales gastronómicos de comida judía. Incluso música Klezmer indudablemente judía en vivo en las calles.
Lo que falta, queridos amigos, es vida judía. Cracovia es una escenografía real. Es verdaderamente un parque temático.
Es la manifestación más dolorosa y de lo que fue y no es. De lo que podaron a la fuerza. De una vida pasada truncada de un tremendo golpe.
El pueblo de Israel, a pesar de todo, vive. Pero no en Polonia.
* Director del Centro Simon Wiesenthal para América Latina