InicioSociedadEl café militante todavía se resiste al café de autor

El café militante todavía se resiste al café de autor

En cada ciudad, en cada barrio, hay un café. Puede estar en una esquina o en plena peatonal. No importa el nombre ni el tamaño o si tiene buen café. No se trata de lo que se sirve, sino de lo que sucede. Una mesa, un pocillo, y el murmullo empieza a generar algo. Como si las palabras salieran más fácil con olor a tostado. Lo dijo Enrique Santos Discépolo en Cafetín de Buenos Aires: “En tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas, yo aprendí filosofía, dados, timba y la poesía cruel de no pensar más en mí”. Tal vez por eso, los cafés siempre fueron algo más que un lugar para pasar el tiempo. Son pequeñas aulas abiertas, archivos de lo cotidiano, confesionarios laicos, rincones donde se habla del país como si ahí se decidiera su destino.

Durante décadas, muchos cafés de la Argentina cumplieron ese rol. El Cairo, en Rosario, fue el reino de Fontanarrosa. En Buenos Aires, el Molino, el Castelar, La Paz, todos funcionaron como espacios de encuentro. No eran templos, pero había algo sagrado en esa costumbre de sentarse, pedir lo de siempre, y hablar. Hablar de política, de libros, de lo que dolía. O simplemente estar. Eran y siguen siendo lugares donde la gente se reúne a pensar en voz alta.

Paralelamente, en las grandes ciudades, hay una escena que también crece. Los llamados cafés de autor. Muebles escandinavos, plantas colgantes, cartas escritas en pizarrrones y baristas (porque ya no son mozos) que sirven infusiones con nombres impronunciables. Son lugares donde el ritual también importa, aunque en otro registro: más estético que político, más sensorial que ideológico. Y está bien. Cada época tiene sus formas de habitar el café. Pero mientras algunos afinan el paladar, otros afinan la palabra. Esa costumbre, aunque parezca lejana, no se perdió. En Pergamino, provincia de Buenos Aires, existe desde hace casi diez años una mesa que mantiene viva esa tradición: la Mesa de Café de la Resistencia Peronista.

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Carlos Bonet, uno de sus integrantes, cuenta que «la pusieron en marcha a fines del año 2015, tras asumir la presidencia de la Nación Mauricio Macri». «Sabíamos que no vendrían buenos tiempos para el campo nacional y popular. Fue entonces que un grupo de militantes peronistas comenzamos a reunirnos de lunes a sábado en el Café Isabella, ubicado en plena peatonal del centro de Pergamino”, explica.

El grupo tomó como referencia a Arturo Jauretche, quien paralelamente a su intensa actividad política e intelectual, solía frecuentar las mesas porteñas del Café Castelar y el Bar La Paz, convirtiéndolos en espacios de análisis político y construcción cultural. Esa lógica sigue vigente en esta mesa pergaminense, donde la consigna es pensar, discutir, resistir.

La mesa fue bautizada “Resistencia Peronista”, en homenaje a la etapa que se abrió tras el golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955, que derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón. “Aquella etapa se definió a sí misma como ‘la Resistencia Peronista’ y fue una verdadera resistencia política, social, cultural y colectiva”, recuerda Bonet.

Entre los parroquianos estables se encuentran, además de Carlos Bonet, Julio Courtial, Julio Ruzo, Oscar Marconi, Nancy Antonetti, Ernesto Mollo, Palin Rodríguez, Pecas Dueñas, Pato Buzetti, Hugo Figueredo, Carlos Lomanto, Carlos Yáñez y Jorge Arias. La lista incluye militantes de larga data, pero también nuevos compañeros que se acercan con inquietudes actuales.

“Han frecuentando y siguen frecuentando nuestra mesa compañeras y compañeros militantes de distintas generaciones y que desarrollan diversas actividades y responsabilidades. Desde el último intendente que tuvo el peronismo de Pergamino hasta legisladores provinciales, concejales, presidentes del Concejo Deliberante, profesionales, comerciantes, docentes, escritores, periodistas, artistas, gremialistas, amas de casa y trabajadoras y trabajadores de múltiples oficios”, detallan.

Aunque la política ocupa buena parte de las charlas, no todo se limita a ese terreno. “También nos tomamos apacibles recreos para hablar de fútbol, de cine, de música y hasta de filosofía”, comentan.

Esta mesa también tiene sus símbolos. Porque a veces, para resistir, hace falta más que voluntad. Hace falta identidad. La suya es una bandera. Celeste y blanca, que tiene en el centro, un pocillo de café que brilla como un sol. La diseñó Palin Rodríguez, reconocido artista plástico de la ciudad. La mesa tambien tiene madrina: Rita, la dueña del café, que les abrió la puerta desde el primer día y no la cerró nunca más.

Lo que ocurre en esta mesa es la muestra de que hay una forma de estar en el mundo que se resiste a apagarse. Sentarse, hablar, escucharse. No como ritual vacío, sino como acto político. Tal vez desde un café no se cambie el mundo, pero se afilan las preguntas que permiten hacerlo.

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