En tiempos donde proliferan las aperturas gastronómicas de todo tipo y color, muchas con platos impronunciables y cartas diseñadas para Instagram, hay una tendencia que pisa fuerte por contraste: volver a las raíces. Más precisamente, volver a los clubes. A esas instituciones de barrio que supieron ser punto de encuentro social, cancha de entrenamiento, salón de fiestas y, sobre todo, templo de la cocina casera. Porque cuando todo parece volverse pretencioso -y el bolsillo aprieta-, el paladar encuentra un refugio gastronómico en la comida rica, abundante y servida en lugares donde todavía se come como en casa, esos con escudo, historia y mantel de hule.
Tradición y renovación
En sintonía con esa revalorización, elGourmet estrena «La cocina de los clubes», una serie que rinde homenaje a esos restaurantes nacidos en el corazón de instituciones sociales y deportivas de todo el país. Con relatos que combinan recetas, personajes entrañables y el pulso de cada barrio, el programa se propone mostrar que lo auténtico sigue teniendo un sabor incomparable.
Uno de los escenarios que inaugura esta serie es el Club Atlético Palermo, una institución con más de 100 años de historia en el corazón del barrio, fundada en 1914 y conocida por haber sido uno de los clubes fundadores de la Asociación Argentina de Football. En su primer piso funciona la Cantina Palermo, un restaurante que abre de martes a domingos y que mantiene viva la tradición gastronómica porteña: milanesas con papas, pastas caseras, carnes a la parrilla, flan con dulce y vinos servidos en pingüino. Con mantel de papel, fotos en las paredes y mozos que conocen a los comensales por el nombre, el espacio se volvió un punto de encuentro para socios históricos, vecinos del barrio y turistas curiosos.
“Los bohemios”, a pocos metros de la cancha de Atlanta, es un ícono del barrio de Villa Crespo, que siempre está lleno hasta el tope. La cercanía del estadio Movistar Arena contribuye a su éxito y también la variedad de platos y el gran tamaño de sus porciones, ideales para armar una mesa de amigos y compartir. En su menú se destacan las milanesas, las tortillas y las pastas. El flan con dulce de leche es un clásico que ningún comensal debería perderse. Los dueños recomiendan llegar bien temprano porque no se hacen reservas. De martes a domingos abre al mediodía y a la noche.
Otra parada destacada en este mapa emocional es Montañeses Restaurante, que desde hace 35 años funciona dentro del Centro Montañés, una institución fundada en 1923 en el barrio de Colegiales. Fundado por la familia Calandra y hoy a cargo de su segunda generación, el restaurante combina raíces españolas con un sutil toque porteño, en una propuesta que busca, como explican Stephan y Guido Calandra, dupla a cargo, “ir un poco más allá, tanto en la cocina como en el ambiente, siempre manteniendo el espíritu cálido y cercano que caracteriza a los bodegones”. Su clientela es tan diversa como fiel: parejas, grupos de amigos, familias enteras que encuentran en este rincón de la ciudad una mesa generosa, buen vino y ese equilibrio justo entre tradición y renovación.
Cocina con memoria
En el límite entre Villa Urquiza y Parque Chas, otro club de barrio encontró una nueva forma de volver a latir. Se trata del Club SABER, fundado en 1926 y reabierto como vermutería por dos vecinos que decidieron recuperar no solo el edificio, sino también su espíritu. “A veces entra gente con sus padres pensando que van a descubrir un restaurante nuevo, pero se emocionan porque recuerdan el club de cuando eran jóvenes”, cuentan.
Es que además del paladar, se activa la memoria. Hoy este espacio resignifica ese legado con una propuesta actual: vermú artesanal, tapeo abundante y una carta pensada para compartir. Tortilla de papa española, croquetas de morcilla artesanal, alcauciles ahumados en quebracho, fainá, jamón crudo recién cortado, queso brie cordobés, hummus casero, aceitunas rellenas y espárragos con queso fundido son solo algunas de las opciones. Y pronto la propuesta se expandirá a la esquina de Llerena y Ávalos, donde abrirán Andá a SABER, un almacén que ofrecerá todo lo que tiene el club, pero en formato para llevar.
Hacia Devoto, y en el predio del Kimberley Athletic Club, pero con ingreso propio y abierto a todo público, el Bodegón Kimberley propone una fórmula clara: carta corta, materias frescas y el plus de parrilla al carbón mechada con leña. Abre para la cena de martes a viernes, suma almuerzo y cena los sábados y almuerzo los domingos. La base es cocina clásica de bodegón, pero convive con un costado de steakhouse de donde salen porciones justas de ojo de bife, bife de chorizo, entraña, chinchulines y molleja, entre otros, siempre a punto (no “marcados”).
Entre los platos estrella, la “milanga” de bife angosto con hueso empanada en pan rallado casero y panko, servida con spaghetti estilo carbonara coronados con huevo, y los ñoquis KAC en papillote de aluminio con tuco casero, crema, jamón, provolone, verdeo y huevo, más tostón de pan especiado. “La cocina de bodegones siempre estuvo y siempre estará… El bodegón no falla, porque hay comida para todos”, apunta Walter García Díaz, al frente del restaurante desde 2016.
En un momento donde todo parece efímero, los clubes resisten. Con sus recetas heredadas, sus mesas compartidas y su calor de barrio, recuerdan que a veces no hace falta innovar, sino volver a lo que siempre funcionó: comer bien, sin vueltas, y con la calidez que hacer sentir como en casa.