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Aquí estoy, Cuba!

En Cuba, hay días en que te levantás y ya a las siete de la mañana se siente un calor sofocante, querés prender la luz y te enterás que hay apagón. Pero mal que mal, uno que está de paso, se las rebusca. Otra cosa es ser cubano y vivir cotidianamente así, para luego salir de tu casa y ver cómo resolver la cuestión del transporte.

Y en medio de todo eso, el pueblo cubano sigue ahí, con su trajín diario, con su comercio, con sus gritos, con sus sonrisas… y con sus abrazos. Cuando se vive en modo «sobreviviente», los abrazos son salvavidas para no naufragar, en una isla que se inventa día a día. Porque cuando falta todo, en Cuba lo que nunca faltan son abrazos y sonrisas.

Como dice María Isabel Perdigón, periodista del diario El Guerrillero, de Pinar del Río: «En estos tiempos donde todo escasea, donde la carne y el huevo son un lujo y el ánimo un bien en extinción, los abrazos no faltan. Siguen saliendo de los abrazos de una madre que te recibe después de un día malo. De una amiga que, aunque esté igual de agotada que tú, te ve los ojos y sin decir nada te recoge en los suyos. Del vecino que te estrecha la mano y termina metiéndote en el pecho con fuerza, como diciendo: ¡qué clase de guerra esta que estamos viviendo, mi hermano, pero seguimos de pie!».

Y ante esta situación con la que se encuentra el viajero (no hablemos del turista, porque ese es otro concepto diametralmente distinto), ¿qué hacer? Una actitud, como dice la propia Perdigón, es decir: «Aquí estoy. No puedo solucionarte el problema, pero puedo compartirlo contigo».

Otra actitud es ponerse por fuera de la situación, a analizar y a juzgar. Que se ve pobreza en la calle, que hay gente que te pide algo, que se notan las dificultades en el transporte. Qué cómo puede ser que haya campos improductivos, que esto otro, que aquello. Es fácil pontificar viniendo desde Argentina con cabeza capitalista y pátina de progre. Pero lo difícil realmente, es ponerse en los pies de un país que vive con un bloqueo criminal desde hace 63 años.

¿Qué país, qué pueblo, resistiría a un bloqueo como éste?

Para tomar una idea acabada de lo que estamos hablando, te muestro algunos datos concretos. El bloqueo causa pérdidas a la economía cubana por valor de aproximadamente 5 mil millones de dólares por año lo que da la friolera de 315 mil millones de dólares en los 63 años de bloqueo. Con esos más de 300 mil millones de dólares se podrán construir 30 mil hospitales y 100 mil escuelas.

Pero 25 días de bloqueo condiciona los remedios de todo un año para los 11 millones de cubanos.

9 días de bloqueo equivalen a todos los reactivos y descartables que necesita el país en un año.

21 horas de bloqueo representan la insulina necesaria para un año.

7 meses es igual a todos los ómnibus necesarios para resolver el grave problema de transporte público.

4 meses de bloqueo es la canasta básica de toda la población por un año.

3 horas de bloqueo es igual al material educativo para todo el año lectivo.

1 hora de bloqueo es el material didáctico y los juguetes para todos los jardines de infantes.

Media hora de bloqueo equivale a todas las sillas de ruedas necesarias en la educación especial.

Y quince minutos de bloqueo es igual a todos los audífonos que se precisan en el país.

Para tener otra dimensión, menos dramática quizás, este periodista tenía que dar una conferencia para Estados Unidos durante la estadía en Cuba. Me habían advertido sobre la posibilidad de que el bloqueo me interfiriera en la actividad, por eso compré el servicio de VPN (red virtual privada por su sigla en inglés), pero fue inútil, al detectarse que uno está en Cuba, no puede conectarse con Estados Unidos. No es nada, frente a todo lo anteriormente expuesto. Y, sin embargo, es un ejemplo mínimo de cómo el bloqueo puede trastocar la vida cotidiana.

Así y todo, el país funciona, quizá no como esperarían algunos románticos de la revolución, que no terminan de entender de qué se trata una verdadera revolución, porque nunca la hicieron, porque se dejaron ganar por el derrotismo, o porque les cuesta ponerse en los pies del otro. Llegué a escuchar a alguien decir: «Venimos a ver el ocaso de la Revolución Cubana». No sé si es el ocaso, sigo esperanzado en la vida, los abrazos y sobre todo el ejemplo que nos transmiten desde la historia aquellos barbudos que en número de 80 se subieron al Granma, un barquito previsto para 20 personas. Aquellos que luego del desembarco tuvieron que enfrentarse al ejército batistiano que los estaba esperando, y que luego de los primeros enfrentamientos, de 80 quedaron 12. Pero se internaron en la Sierra Maestra y fueron construyendo una revolución, que fue mucho más que solo ganar una guerra.

Una revolución que hoy, luego de 63 años de bloqueo criminal, sigue ahí, con todas sus dificultades (errores incluidos, claro), pero también como un ejemplo de dignidad. Una revolución que sigue sosteniéndose a fuerza de abrazos y sonrisas.

Por eso, prefiero decir: «Aquí estoy. No puedo solucionarte el problema, pero puedo compartirlo contigo, Cuba».

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