Las revelaciones del informe de la UCO, más allá de la sordidez y de la gravedad de los detalles que se van conociendo, suponen una peligrosa amenaza para el PSOE, el más viejo de los partidos españoles, ya que hacen que se cierna sobre él la sombra de sospecha de una corrupción generalizada. El hecho de que sus dos últimos secretarios de organización, que es el cargo más relevante del partido desde el punto de vista operativo y el responsable de su día a día, se hayan visto obligados a dimitir como consecuencia del caso Koldo, hacen difícil sostener la idea de que se trata de casos aislados, de manzanas podridas, sin implicaciones en el resto de la organización. Por no mencionar que tampoco resulta creíble ya la existencia de una conspiración de la derecha, de algunos medios y de algunos poderes del Estado en contra del partido socialista.
De hecho, a estas alturas existen ya indicios suficientes como para plantear la hipótesis de que más allá de las prácticas presuntamente corruptas de José Luis Ábalos y de Santos Cerdán, limitadas a un enriquecimiento ilícito de tipo personal, podría existir financiación ilegal del partido. Una vez más. Y aunque seguramente ahora no es el momento de plantear el debate en torno a la financiación de los partidos sí conviene recordar que algún día deberá abordarse el asunto sin prejuicios y sin aspavientos porque al fin y al cabo todas las reformas emprendidas hasta ahora en ese terreno no han servido para evitar este problema.
Pese a la gravedad de las sospechas, la reacción del PSOE ha sido de lo más tibia. Más allá de pedir disculpas, de la dimisión de Cerdán -que al igual que Ábalos todavía no ha renunciado a su acta de diputado que le garantiza el aforamiento- y del anuncio de una auditoría externa para fiscalizar las cuentas del partido, con independencia del control que ejerce el Tribunal de Cuentas y que hasta ahora no habría detectado ninguna irregularidad, no se ha hecho nada. Ni siquiera la apertura de una investigación interna que permita detectar posibles ramificaciones organizativas de la trama y depurar, llegado el caso, las responsabilidades. Y mucho menos la asunción de responsabilidades por parte del Pedro Sánchez, dada su condición de secretario general.
En estos momentos, el partido se encuentra bajo el dominio de Sánchez y aunque existe una larga lista de damnificados por el sanchismo, empezando por algunos de los antiguos líderes territoriales que perdieron los gobiernos de las comunidades en 2023 como Ximo Puig, Javier Lambán o Guillermo Fernández Vara, no existe una oposición articulada en el seno del partido. De hecho, en el último congreso celebrado en diciembre se produjo un absoluto cierre de filas en torno a Sánchez y los congresos autonómicos han consolidado el dominio de sus afines, entre ellos algunos de sus ministros. Existe el riesgo, sin embargo, de que el monolitismo interno y la ausencia de crítica explícita, más allá de la pesadumbre generalizada, acabe teniendo consecuencias para el futuro partido. Pero siendo el PSOE una formación absolutamente esencial en la política española es necesario que, bien con el impulso de la actual dirección o bien con el de una alternativa, vaya al fondo del asunto y emprenda la necesaria regeneración del partido.