A Dean DeBlois habría que hacerle un monumento. Es el director que más hizo por la aventura en los últimos 15 años con su ya icónica saga animada Cómo entrenar a tu dragón y, ahora, con la versión en acción real (suerte de remake de la primera de 2010), que trae de nuevo a sus inolvidables protagonistas Hipo y Chimuelo (el joven y el dragón, respectivamente), cuya fusión simbólica funciona como juego psicológico y clave interpretativa de una película que sigue emocionando.
El director une fuerzas con DreamWorks y Universal para concretar lo que, para muchos, debió haberse hecho desde el principio: una versión con actores que encarnen a los vikingos de la isla de Berk, una tierra agreste asediada por dragones diversos que los atacan para alimentarse (es decir, sus enemigos acérrimos).
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Uno de los aciertos es que cada dragón tiene características propias, como los personajes humanos, en un juego de espejos donde cada uno encuentra a su par (algo que se refuerza hacia el final de la película).
El otro gran acierto es que el director conserva esa dimensión de aprendizaje, entrenamiento y autodescubrimiento que se activa con el encuentro entre Hipo (Mason Thames) y Chimuelo (un dragón herido al que le falta una parte de la cola).
Chimuelo es la bondad hecha dragón, casi un reflejo del alma de Hipo, y con él vuelve a aparecer ese mensaje poderoso que siempre sostuvo la saga: la comprensión del otro, la empatía y la amistad. En tiempos en que, en distintas partes del mundo, se libran guerras o hay invasiones de un país a otro, no resulta casual que Cómo entrenar a tu dragón funcione como una postura simple pero necesaria frente a conflictos como los de Medio Oriente.
Pero su mensaje también puede leerse como una crítica a ciertos gobiernos de derecha, simbolizados en el pueblo de Berk, que ve a los dragones (los extranjeros) como una amenaza a eliminar. La película insiste en la empatía como antídoto frente a la hostilidad, encarnada por Estoico el Vasto (Gerard Butler), líder de la tribu y padre de Hipo, y por Bocón el Rudo (Nick Frost), herrero y mentor de los jóvenes vikingos, quienes intentan convencer a Hipo de que los dragones son malos por naturaleza.
Al comienzo, Hipo quiere matar dragones como los demás, pero Estoico comprende que su hijo no tiene la fuerza ni la agresividad necesarias para hacerlo, rasgos que sí muestra Astrid (Nico Parker), una adolescente valiente y hábil en el combate. A medida que el vínculo entre Hipo y Chimuelo crece (una vez que se conocen), la relación con su padre se tensa, mientras que con Astrid empieza a surgir una conexión más íntima.
Estas tres relaciones sostienen una trama llena de acción, humor y un espíritu aventurero que solo los grandes artesanos de Hollywood saben filmar (incluso dentro de una fórmula ya conocida), con secundarios que aportan la dosis de gags justa. Sin abusar del CGI ni ocultar su artificio, la película lo integra con fluidez al lenguaje visual, especialmente en las espectaculares secuencias de vuelo entre Hipo y Chimuelo.
A DeBlois le sigue funcionando contar esta historia inspirada libremente en la novela de Cressida Cowell. Y esta vez lo hace con ternura y un tono de autodescubrimiento, como una lección de bondad en un mundo donde la crueldad y el odio parecen haber ganado la batalla. Hipo y Chimuelo están ahí para recordarnos que no: que la amistad y el amor por el prójimo son más fuertes, y que siempre pueden triunfar.
Estados Unidos / Reino Unido, 2025. Aventuras. Guion y dirección: Dean DeBlois, basado en el libro de Cressida Cowell. Elenco: Mason Thames, Nico Parker, Gerard Butler, Nick Frost, Gabriel Howell, Julian Dennison, Bronwyn James, Harry Trevaldwyn, Murray McArthur, Naomi Wirthner, Peter Serafinowicz y Ruth Codd. Fotografía: Bill Pope. Música: John Powell. Duración: 125 minutos. Apta para todo público (con leyenda). En cines.