Hay hinchas de Central que reclaman por una injusticia, y tienen razón. Otros, de San Lorenzo, argumentan que merecían estar en esta final, y es válido. Los de Argentinos están convencidos de que fueron los mejores del torneo y puede que estén en lo cierto. Por ahí andan los de Independiente, con la ilusión hecha pedazos. Y ni hablar de los de Boca y River, que ni siquiera llegaron a semifinales. Cada uno tiene su argumento para quejarse de este Apertura.
Pero hay un argumento que se impone por default: llegaron Huracán y Platense, ¡qué torneo espantoso! Argumento que no resiste el más mínimo análisis. ¿Un buen torneo es solo el que definen los equipos grandes? ¿De qué nos quejamos? ¿O acaso pretendemos que festeje uno de esos equipos que ya no les queda lugar en sus escudos para bordar más estrellas?
Este formato de torneo hace que sea imprevisible. Dejaría en offside hasta al pulpo Paul. El efecto sorpresa lo hace atrapante. Huracán hace 52 años que no sale campeón. De hecho, no debe haber personas menores de 60 que recuerden al Globo del 73. Y Platense nunca ganó un título de Primera. ¡Son dos candidatazos! Apostemos por el asombro, militemos el batacazo, dejémonos de joder con los mismos de siempre.
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¿Será una final con poco rating? Probablemente. Problema de los que venden el pack fútbol.
¿Será una final demasiado barrial? Por supuesto. Que se resignen los clubes que tienen hinchas en todo el país.
¿Será una final sin morbo? Sin dudas. El que quiera mugre que vuelva a mirar el River-Boca de Madrid en YouTube.
No soy hincha de Huracán ni de Platense. Mi equipo se quedó afuera en semis por penales. Maldije, vaya paradoja, hasta al mismísimo diablo. Pero celebro esta final, aunque uno de los protagonistas sea mi verdugo. Ya lo dice el Martín Fierro: nunca faltan encontrones, cuando un pobre se divierte.