InicioPolíticaLa integración como escudo frente a los aranceles y guerras de Trump

La integración como escudo frente a los aranceles y guerras de Trump

La guerra comercial desatada por Donald Trump, a pesar de sus treguas y de vaivenes que parecen subordinados a los cambios de humor del inquilino de la Casa Blanca, ya ha dejado secuelas y remezones en el tablero global, donde se redefinen alianzas y moldean piezas de un nuevo rompecabezas geopolítico.

El excéntrico magnate se jacta de que su política de discrecional imposición de aranceles al resto del mundo ya dio sus primeros frutos que, según él, se tradujeron en la cantidad de países o gobiernos que lo han llamado para rendirle pleitesía. En realidad, hizo esta referencia de un modo soez y chabacano, propio de un estilo de lenguaje o modismos de una nueva derecha planetaria, más allá de idiomas y costumbres locales.

Lo cierto es que, lejos de esa mirada triunfalista del mandatario republicano, China, el gigante a quien Trump quiere dejar fuera de cualquier competencia por el predominio económico, político o estratégico, podría beneficiarse y aumentar su peso e influencias como ya lo hizo en el primer mandato del gobernante norteamericano.

Mientras desde Washington ponen y sacan trabas de modo unilateral con la supuesta intención de cumplir el eslogan de “hacer de nuevo grande a Estados Unidos”, desde Beijing tienden puentes y cierran tratos hacia los cinco continentes, incluida una Unión Europea que acusa la traición de su principal aliado en tópicos cruciales (como la guerra en Ucrania) y mira al gigante asiático como un actor hoy más predecible.

No todos los líderes del Viejo Continente piensan igual acerca de las decisiones que se firman en el Despacho Oval, pero los resquemores que comparte la mayoría superan por amplio margen a la sintonía que apenas un par de mandatarios se atrevió a mostrar públicamente. Y es que la batalla lanzada por Trump puso en la mira a China, pero también a históricos socios al otro lado del Atlántico, a sus vecinos de Canadá y México, y a la casi la totalidad de países registrados en los catálogos de la Organización de Naciones Unidas, a la que, dicho sea de paso, también amenazó con abandonar.

El sur también existe

En medio de tanta inestabilidad emocional de ciertos liderazgos y de los mercados que se mueven al compás de sus arbitrios, al sur del Río Grande hay quienes también se mueven, sin estridencias y con rumbos a veces disímiles.

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Diez días atrás, en la capital de Honduras, se realizó la IX Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), integrada por 33 naciones de la región, y de la que tomaron esta vez parte 11 jefes de Estado. Entre los presentes estaban el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, su colega de México, Claudia Sheinbaum, y el de Colombia, Gustavo Petro, quien asumió la presidencia pro témpore de este foro hasta 2026. Los gobernantes de estos tres países, los más poblados de América latina, subrayaron la necesidad de actuar de manera conjunta frente a los desafíos que plantea el mundo actual.

“Cuanto más fuertes y unidas estén nuestras economías, más protegidos estaremos contra acciones unilaterales”, afirmó Lula, quien además abogó por expandir en Latinoamérica el sistema de pagos en moneda local en las operaciones comerciales entre países.

El presidente brasileño instó a sus pares de la Celac a unirse en torno a la defensa de la democracia, la lucha contra el cambio climático y en aras de una integración económica y comercial. Además, propuso que este bloque impulse la candidatura de una mujer de Latinoamérica o el Caribe como próxima secretaria general de las Naciones Unidas.

Sheinbaum, quien ha mostrado firmeza frente a los recientes anuncios arancelarios de Trump, destacó la sintonía con Lula tras un encuentro bilateral en el que propuso convocar a una “cumbre por el bienestar económico de América Latina”.

La presidenta de México sostuvo que la de su país y la de Brasil son economías clave y destacó posibilidades de complementarse en el sector automotriz o el farmacéutico, entre otros. Las palabras de Sheinbaum dieron pie a conjeturas sobre un acercamiento de México al bloque ampliado de los Brics, del que Brasil, junto a Rusia, India, China y Sudáfrica son fundadores.

Tras una ampliación que en su momento incluyó a la Argentina y otras naciones emergentes, el radio de influencia de este bloque sigue creciendo, aun en esta instancia en la que Trump busca aislar a su principal competidor comercial, China, aunque pareciera lograr el efecto contrario.

Acerca de la necesidad de sumar esfuerzos regionales frente a las políticas migratorias y arancelarias de Estados Unidos en las actuales contingencias, el presidente de Colombia sentenció: “Nos van a destruir o nos vamos a autodestruir si actuamos solos”.

Alineamiento desintegrador

La “Declaración de Tegucigalpa” con la que la Celac cerró su cumbre expresó su rechazo a la imposición de medidas coercitivas unilaterales contrarias al Derecho Internacional y se pronunció en favor de promover “la paz, el multilateralismo, la democracia y el respeto a la soberanía”.

Treinta de los 33 países de este foro suscribieron esta declaración que, según palabras de la presidenta hondureña y anfitriona de la cumbre, Xiomara Castro, tuvo “consenso suficiente”.

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Fuera de ese consenso quedaron Nicaragua, Paraguay y Argentina, quien desde la asunción como presidente de Javier Milei, rechazó sumarse formalmente a los Brics, gritó a los cuatro vientos un alineamiento incondicional con Estados Unidos e Israel, y no disimula su desdén por procesos integradores con países vecinos, en su mayoría gobernados por líderes de diferentes vertientes de izquierda.

El gobierno de la derecha libertaria visiblemente ausente en la cumbre hondureña, sostuvo que la Declaración de Tegucigalpa carece de validez y no puede ser considerada un documento oficial. Sus objeciones no llegaron in situ de la boca de Milei, quien invirtió tiempo y dinero en un viaje relámpago a Florida, en el fallido intento de una foto con Trump, antes que en el debate de un foro regional del que Argentina es parte. Aún hace ruido que fuera el flamante presidente de Uruguay, Yamandú Orsi, quien levantó allí los reclamos argentinos por Malvinas mientras en la Casa Rosada los desvelos tenían que ver con el monto del “salvataje” del Fondo Monetario.

Urnas bajo la lupa

Este y otros encuentros y desencuentros se dieron por estos días en la más desigual de las regiones de un mundo desigual. Ecuador también fue noticia esta semana por el balotaje en la elección presidencial llevado a cabo el domingo pasado. Las cifras oficiales del Consejo Nacional Electoral concedieron la victoria en segunda vuelta al actual mandatario, Daniel Noboa, del Movimiento Acción Democrática Nacional (ADN) frente a la opositora Luisa González, candidata del Movimiento Revolución Ciudadana (RC), quien denunció haber sido víctima de fraude y no reconoció los resultados.

González, abanderada de la fuerza que otrora liderara el expresidente Rafael Correa, había perdido en el primer turno del 9 de febrero por menos de 17 mil votos frente a Noboa, hijo del magnate bananero y también ex candidato presidencial Álvaro Noboa.

Según los cómputos oficiales del domingo pasado, Noboa habría obtenido el 55,6 por ciento, equivalente a 5.868.916 votos, frente al 44,4 de González, que habría sumado 4.682.026 apoyos. Tanto González como Correa consideraron “imposibles” esos resultados y negaron que el candidato en el poder haya podido sumar más de 1,3 millones de voluntades con respecto a la primera vuelta, mientras la oposición (ahora abroquelada) apenas incrementara en 171 mil su caudal de sufragios.

Los sondeos previos variaban entre un “empate técnico” o ventaja para González, quien esta semana exigió que se abran las urnas y se haga un nuevo recuento ante denuncias de actas adulteradas para consumar fraude en un país jaqueado por la violencia y que votó mientras en parte de su territorio regía el “estado de excepción”, con restricciones a garantías básicas e intimidación a la población.

Gobiernos como México y Colombia respaldaron el pedido opositor y postergaron un reconocimiento a quien se proclamó vencedor, en una situación que recordó a la última elección en Venezuela, donde Nicolás Maduro juró en enero un nuevo mandato, pese a no presentar las actas que acreditaran su victoria frente al ex embajador Edmundo González Urrutia, quien aseguró haber ganado la elección de julio del año pasado.

En medio de las zozobras y volantazos de los mercados al compás de Trump y sus guerras por la hegemonía global, hay una región que cada tanto plantea su futuro, aunque su presente tenga demasiado pasado encima.

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