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Cataluña: el ingenio civil que encuentra clientes militares

El 27 de octubre de 2017 en Catalunya arreciaba el procés, con el referéndum independentista recién frustrado, las calles en erupción, más de 10.000 policías y guardias civiles desplegados y las cúpulas de las grandes empresas catalanas rumiando salir de Barcelona cuando, discretamente, como en una realidad paralela, una planta entre tantas del Polígono Ramassar de Granollers iniciaba un acuerdo de colaboración con el Ejército del Aire.

Cinco años después, solo hacía cuatro días del inicio de la invasión a gran escala de Ucrania, y Kiev aún parecía a punto de caer cuando una ejecutiva catalana, Marta de Caralt, firmaba con el jefe de Estado Mayor del Aire otro pacto similar. En ambos casos se trata de la misma empresa, CIMSA, fabricante de paracaídas, sistemas de freno aéreo y amortiguación. Y en ambos casos cada parte busca su beneficio: la firma, aprovechar los vuelos de los aviones militares y sus campos de pruebas para hacer lanzamientos y homologar productos; Defensa, desarrollar un nuevo paracaídas que no haya que importar.

Y este discreto acuerdo todavía en vigor, un caso de ósmosis industrial entre lo militar y lo civil, es de esas historias que no trascienden de la implicación catalana con la defensa. Descifrar claves como esa es el objetivo de este serial de radiografías elaborado por los diarios del grupo Prensa Ibérica.

Láser made in Terrassa

Dice el último informe de PWC para TEDAE, patronal de la industria de defensa, que este sector aporta en Catalunya un 4,2% del PIB industrial autonómico, con 1.609 millones de euros. Es cuatro veces menos de lo que aporta Madrid en los mismos términos. No hay fábricas catalanas de munición, ni de misiles, ni de carros de combate. Catalunya es territorio del doble uso, sin líneas rojas, ahí donde se producen tecnologías -sobre todo aeronáuticas y espaciales- que cuentan en estadísticas civiles y militares a la vez.

La orientación a la defensa crece sin ruido en la intrincada capilaridad industrial de Catalunya. Ampurdán arriba, en Sant Climent Sescebes, los militares del Regimiento Arapiles 62 forman a soldados ucranianos en el difícil trabajo de líderes de pelotón una ocupación clave en los ejércitos de la OTAN, y postergada por la rigidez jerárquica en el ejército ruso. Y al sur, en Barcelona, anuncia su llegada la madrileña TRC, especialista en guerra electrónica y ciber, firma clave en el desarrollo de sistemas anti dron con los que esos pelotones ucranianos podrían defenderse.

Adistramiento de jefes de pelotón ucranianos por el Regimiento Arapiles 64 del Ejército en su base de Sant Climent Sescebes / ET

Y, entre tanto, los ejecutivos de la start-up barcelonesa Open Cosmos, devenida en exitosa fabricante europea de satélites pequeños, piden en foros de la defensa más implicación gubernamental en favor de la innovación.

La defensa, por ejemplo, ya implica casi un 40% de actividad para Beamagine, la pequeña empresa del ingeniero Jordi Riu que, desde Terrassa, desarrolla sistemas LIDAR. La tecnología para la detección y el mapeo con láser es muy compleja; no abundan sus expertos. Originariamente, su campo de actuación son los vehículos autónomos, el futuro de la movilidad urbana, pero Beamagine puede hacer mapeos robóticos en campos de batalla, detectar drones aproximándose, controlar los límites de un territorio…

La firma está presente en acuerdos del sector con Defensa. Al Ejército le preocupa mucho la guerra de drones, sin ir más lejos. Riu prefiere no concretar de qué investigaciones se trata: «Es confidencial».

Beamagine tiene dos contratas con el ejército británico. No es poco para una empresa que se basa en el conocimiento más que en una cadena de producción o una gran base financiera. Cuenta Riu que fundó la firma con un socio a partir de su tesis doctoral, precisamente sobre LIDAR, en 2009. Se les ocurrió hacer un juego de palabras para el bautizar la empresa: “beam” en inglés es “haz”, como la luz del láser; e “imagine”… Acababan de salir de la Escuela de Ingenierías Industriales de la Universitat Politècnica de Catalunya. De hecho la sede de Beamagine no se ha apartado mucho del campus tarrasense.

Con la ciencia

El aliento -técnico, que no político- de la universidad está detrás de otras firmas emergentes. En diciembre pasado trascendió un contrato de Defensa con Iqua Robotics para el programa Mare Vulpes. Básicamente: desplegar pequeños submarinos no tripulados con los que la Armada quiere vigilar el lecho marino, recorrido por cables que llevan el 90% de datos de las comunicaciones de España.

Iqua Robotics es lo que llaman un spin-off. Salió de un grupo de investigación de la Politécnica Superior de la Universitat de Girona. La Escola está a un kilómetro de paseo arbolado hasta el Parque de la Investigación e Innovación, donde los antiguos estudiantes hacen sus robots acuáticos.

Ciencia y ejércitos. Dice Abdénago González, directivo de Gaptek, que uno de los detalles “de los que más enorgullecen a esta empresa” es que sus estructuras modulares de fibra alberguen en Isla Decepción a la misión antártica científico-militar de la Base Gabriel de Castilla. Los técnicos de Gaptek formaron a los soldados en cómo se monta un refugio de acero y fibra.

El teniente coronel José Manuel Fernández, en la base antártica del Ejército Miguel de Castilla. La firma catalana Gaptek ha construido tres de los edificios de la base / ET

La empresa se dirige desde el área barcelonesa de Can Dragó, y tiene un centro de investigación en el polígono de Massanes (Girona). Hace 30 años, un embrión del actual emporio se probó en el negocio de las carpas feriales, y trabajó para los Juegos de Barcelona 92, “pero esa línea implica mucho tiempo de licitación para poco tiempo de explotación”, cuenta González.

Son más duraderos los compromisos, por ejemplo, para construir los hangares en los que duerme el Airbus A400 del Ejército del Aire en Zaragoza, o los grandes MRTT de aprovisionamiento aéreo en Sevilla, o casetas al servicio de marines y aviadores norteamericanos en la base aérea de Morón.

Caza de cerebros

En las facultades politécnicas catalanas “no hay un ambiente precisamente favorable a la defensa”, relata uno de sus licenciados hoy ejecutivo de esta industria, pero poco a poco se extiende “un ambiente de interés” entre estudiantes, tercia en Madrid un alto oficial de la Armada, avistando un flujo de cerebros en un futuro al calor del gasto militar. La Armada tiene en Barcelona a algunos jubilados que establecen lazos con decanos y rectores. Se conocen de años.

Es el comienzo quizá de una nueva época con más ejecutivos y técnicos catalanes. En la Generalitat hay un presidente que apreció a los militares siendo el ministro de Sanidad de un país confinado por el covid. De hecho, Salvador Illa trabó amistad con el hoy principal empresario de la defensa, Ángel Escribano, cuando la firma familiar de este cambió armas autónomas por respiradores en su cadena de producción.

Soldados del regimiento catalán Arapiles 62 en una desnfección de la operación Balmis contra la pandemia de covid en Vielha e Mijaran, capital del Valle de Arán / ET

En el mundo empresarial abrió camino Luis Furnells, presidente de Oesía, referencia en sistemas para la guerra electrónica y el ciberespacio. En noviembre pasado Furnells fue el empresario elegido para intervenir en la apertura de las jornadas STIC sobre ciberseguridad y ciberamenaza del Centro Nacional de Inteligencia (CNI).

“Asistimos a una carrera permanente entre agresores y defensores (…) España no puede depender externamente para su ciberseguridad«, les dijo a los participantes en el congreso. Y ese es el camino que ahora se está andando.

El viernes 14 de marzo culminaban en la web de Infojobs 72 horas de pico de ofertas de empleo en el mundillo barcelonés de la tecnología disruptiva de doble uso. Indra y Minsait, su rama de inteligencia artificial, proceso de datos y arquitectura de sistemas para clientes civiles y militares, publicaron ocho ofertas seguidas de trabajo en Barcelona para expertos ciber: buscan un ingeniero o ingeniera de redes LAN y seguridad perimetral, expertos en arquitectura de redes, ingeniería de distribuidoras automáticas para el transporte, desarrollo web GIS y desarrollo Back-end.

No es tan extraordinario. “Con la II Guerra Mundial y la guerra fría hubo un gran trasvase de tecnología militar al mundo civil. Hoy, tras 80 años de paz, es el mundo civil el que aporta a la defensa. Y puede que vuelva a cambiar la corriente”. Ofrece esta reflexión a este diario una ejecutiva de Indra en la capital catalana.

“No sé si las cosas han cambiado. Sí sé que en Catalunya no es en la industria de defensa donde se ponen el dinero y las energías”, dice Riu. Opina que no hay tradición catalana de industria de defensa por razones sociales, políticas, pero también históricas: “En el siglo pasado, el franquismo enfocó las inversiones del Estado en este campo a otros puntos del país, como Madrid y Andalucía”.

Después, en democracia, han influido circunstancias como las que rodearon al 8X8.

Cuando el Dragón pudo ser Drac

El Vehículo de Combate sobre Ruedas 8X8 Dragón, con presupuesto de 2.520 millones de euros, es un capítulo principal de inversión para el Ejército. Se fabrica en un eje de empresas que recorre España desde la planta guipuzcoana de SAPA en Andoain hasta los talleres sevillanos de General Dynamics en Alcalá de Guadaíra, pasando por Indra en Madrid, y la factoría de Santa Bárbara en Trubia, cerca de Oviedo. El eje pudo haber incluido a Barcelona hace doce años.

Esta, que fue una apuesta clave en materia de industria de defensa para Catalunya, es también una historia de vetos políticos y debates sobre el futuro de la Zona Franca de Barcelona.

En 2007, un coche bomba mató en el Líbano a seis paracaidistas cascos azules españoles. Se demostraba la fragilidad del BMR, el blindado medio sobre ruedas que aún usa la infantería, y el gobierno Zapatero inició la búsqueda de un nuevo vehículo más poderoso. En 2009, cuando estaba aún por licitarse la fase tecnológica de la contrata Dragón, la firma francesa Nexter buscó un socio español para concursar. Nexter -o sea, la tanquista pública gala GIAT privatizada- acababa de triunfar con su blindado VBCI, y lo propuso para España.

Su socio local fue la tecnológica GTD, principal empresa catalana en la industria de defensa, experta en comunicaciones, mando y control y software, con ramificaciones en el dominio espacial a través de la ESA. La alianza nacía a finales de 2008… el mismo año en que la Nissan de Barcelona, en el inicio de su agonía, planeaba 1.600 despidos.

La ministra de Defensa, Margarita Robles, habla con empleados de Santa Bárbara que fabrican en Asturias el blindado 8X8 Dragón. / Iñaki Gómez MDE

Desde Barcelona se movió entonces mucho comercial a Versalles, 1.000 kilómetros de Ap7 y A75 y de vuelos de Air France, ejecutivos que buscaban relacionar sus firmas con el futuro consorcio fabricante de blindados u ofrecerle servicios de logística en la frontera. “No parábamos de coger el avión a París. No queríamos quedarnos fuera”, cuenta un veterano director comercial barcelonés del sector.

La primera opción catalana planteaba fabricar el blindado en la Zona Franca, y compitió contra Indra y Santa Bárbara, vendida esta por el Estado a la norteamericana General Dynamics. Pero en 2010 Artur Mas sucedió a José Montilla y la opción GTD-Nexter no obtuvo precisamente las simpatías del nuevo poder en la Generalitat.

Hubo una segunda propuesta catalana que también se estrelló, en este caso ante el govern de Pere Aragonés, a finales de 2021. El consorcio ganador de la contrata, Tess Defence -Santa Bárbara, Escribano e Indra-, planteó adquirir terrenos en la planta de la Nissan para trabajar en los dragones.

La carga de trabajo no era menor: 1.000 vehículos tiene pedidos defensa, de entre 20 y 30 toneladas cada uno, con 20 sistemas tecnológicos de primera línea en su motorización, orientación, comunicaciones y armamento. Cada blindado supera el esfuerzo industrial de 20 automóviles de alta gama, y su mantenimiento implica 20 años de trabajo. “Lo que se nos ofrecía era dedicar parte de los terrenos a un contrato de mantenimiento -recuerda Miguel Ruiz, delegado del sindicato USO en la vieja Nissan-, pero una parte de los sindicatos no éramos partidarios: implicaba quitar espacio a la fabricación de coches y no habría venido ninguna empresa de automoción, como ahora sí está Ebro”.

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