Ver la miniserie Adolescencia dejó una huella profunda en mí. Porque la historia de Jamie es un espejo de lo que muchos adolescentes viven hoy en el mundo digital: soledad, vulnerabilidad y una búsqueda de pertenencia que, a veces, los conduce por caminos oscuros.
Esta serie no solo narra una tragedia, sino que expone las grietas en nuestro acompañamiento como adultos, docentes y sociedad. Nos desafía a ver cómo las redes sociales, los discursos de odio y la radicalización online pueden moldear las identidades y las emociones de quienes están en pleno proceso de construcción personal.
La adolescencia es un momento de transformación profunda, de preguntas que a veces no tienen respuestas inmediatas. Los chicos buscan pertenecer, ser validados, encontrar un espacio donde sentirse comprendidos. En este proceso, la tecnología puede ser aliada o enemiga.
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Hoy, más que nunca, necesitan adultos que los guíen sin imponerse, que los escuchen sin juzgarlos y que les brinden herramientas para moverse en un mundo digital lleno de estímulos y riesgos.
El caso de Jamie en la serie es un llamado de atención. Nos recuerda que la educación en ciudadanía digital y emocional no es opcional. Es urgente. No podemos esperar a que ocurra una tragedia para darnos cuenta de que el acompañamiento adulto debe ser consciente, cercano y sin juicios.
Acompañar no es controlar ni invadir, sino estar disponibles, interesarnos genuinamente en lo que les pasa, en lo que sienten y en lo que piensan.
Abrir espacios de confianza y seguridad con los adolescentes de nuestras vidas, donde circule la palabra, la escucha activa y las preguntas abiertas. Se trata de enseñarles a mirar con ojos críticos la información que consumen, a reconocer cuándo una comunidad digital es un espacio de apoyo o un lugar que alimenta sus inseguridades y temores.
«Adolescencia»: la serie que nos hace preguntar si estamos haciendo lo suficiente
La serie Adolescencia no es fácil de ver. Nos confronta. Nos enfrenta a nuestras propias desconexiones. Pero también nos da la posibilidad de reflexionar y actuar. Porque la prevención comienza mucho antes de que el problema se haga visible. Y, sobre todo, porque nuestros adolescentes nos necesitan cerca, no solo conectados a una red, sino a ellos, a su mundo y a su realidad emocional.
Es momento de involucrarnos de manera activa, de fortalecer el vínculo con ellos desde el diálogo y la comprensión. No basta con advertir los peligros; debemos construir con ellos caminos más seguros, espacios donde puedan desarrollarse sin miedo. Que nuestras voces sean faros en su recorrido, ayudándolos a encontrar sentido y pertenencia en un mundo que, muchas veces, los desorienta. Todavía estamos a tiempo.
Mariana Savid Saravia
Psicopedagoga, especialista en Neuroeducación, Educación en Ciudadanía Digital y Mediación y Convivencia Escolar.
M.P. P:13-5610