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Samanta Schweblin: No hay nada como el ejercicio práctico de prestarnos verdadera atención

La experiencia lectora que propone Samanta Schweblin es lo más parecido a engancharse con un reel de Instagram o con un video alucinante de TikTok, sólo que el artificio que se esconde detrás del efecto buscado es otro. Uno mucho más artesanal y menos explícito en sus intenciones: el de la literatura.

A diferencia de lo que sucede en las redes sociales y en esta era del contenido instantáneo, lo que le ocurre a alguien que se sumerge en la obra de la escritora argentina (a esta altura, berlinesa por adopción) es el inicio de un proceso mucho más permanente en sus efectos.

Si en un extremo de la comparación el scrolling es parte necesaria de esa forma de consumir un video tras otro, a un ritmo frenético, en el caso de la narrativa de Schweblin el amarre es mucho más sofisticado e invisible. Un truco de magia que espera paciente a ser ejecutado paso por paso.

Sucede una y otra vez, como si estuviera todo fríamente calculado por la escritora de 47 años que, luego de egresar de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido en la Universidad de Buenos Aires, se embarcó en la difícil empresa de ganarse la vida escribiendo. El buen mal, su flamante volumen de cuentos editado por Penguin Random House, es un nuevo ejercicio en esa misma dirección recorrida desde comienzos de siglo.

Estado natural

Además de ser su primer libro de cuentos en una década, El buen mal es el sucesor de sus últimas dos publicaciones, las premiadas novelas Distancia de rescate (llevada al cine –y al catálogo de Netflix– por la peruana Claudia Llosa) y Kentukis.

No obstante, la propia Schweblin se encarga de dejar claro que no se trata de un regreso al formato, al que cataloga como su “espacio natural”. Al respecto, puede acotarse que en 2024 la escritora recibió su segundo premio Konex vinculado a ese rol de cuentista que, a esta altura de su vida y de su trayectoria, se ha convertido en parte de su naturaleza más íntima.

“No se siente para nada como un reencuentro, el cuento es mi espacio natural, siempre estoy metida en la idea de alguno”, apunta la autora cuando se le sugiere la distancia entre El buen mal y su anterior libro de cuentos, el también multipremiado Siete casas vacías (2015). “No todo lo que se escribe se publica, no todos los cuentos funcionan, y de algunos incluso pueden nacer ideas que no caben de ninguna manera, por espacio, en el cuento, y entonces no queda otra que escribir una novela”, precisa Schweblin, otra integrante clave de la actual generación de escritoras argentinas con impacto global.

“El cuento tiene esa mezcla mágica entre la contundencia y la brevedad, que siempre me fascina”, admite la autora. “Y ya como lectora, también es el espacio donde encuentro más riesgo, más radicalidad en la toma de algunas decisiones, lo que siempre disfruto y me resulta muy disparador para la propia escritura”, define.

–Hay algo hipnótico al leerte que tiene mucho que ver con los ambientes y las atmósferas que construís y con la espera de ese momento en el que aparece un elemento de extrañeza que lo modifica todo. Aunque un mago no revela sus trucos, ¿qué podrías decir de la búsqueda que hay detrás de ese efecto (y otros) que generás en tus lectores?

–Durante mucho tiempo, creí que lo que me atraía era “la aparición del monstruo”, ese momento mágico en el que, parados desde un cuento realista, de pronto algo irrumpía y quebraba el género. Supongo que viene de mi gran admiración por el cuento fantástico de Argentina y de Uruguay. Pero con el tiempo me doy cuenta de que lo que realmente me resulta fascinante a la hora de escribir es lo que sucede antes de la aparición del monstruo. Ese momento crítico en el que uno aún no puede verlo, pero lo intuye, la certeza de su presencia. Porque es el momento en el que el monstruo ya está con nosotros, pero aún estamos en el plano de lo real. El monstruo está, pero en la cabeza del lector, y la pregunta de “¿Es esto realmente posible?” se enciende como una alarma imposible de apagar. Uno queda en vilo, la atención sobre lo que está pasando es abierta y total. Hay algo casi mágico, físico y hasta diría existencial en ese momento.

–Al leer los cuentos de “El buen mal” es inevitable pensar en el nivel de detalle y precisión de cada frase. ¿Cómo describirías el proceso de escritura de estos relatos? ¿Cómo vivís ese proceso a nivel personal y en términos de carga de trabajo?

–Es extraño, porque las ideas, o mejor digamos “las intuiciones” de esas ideas, llegan a veces de pronto, y los primeros borradores también puedo escribirlos muy rápido. En el caso de “William en la Ventana”, llevó solo un día, en el caso de los cuentos más largos, son procesos de semanas. Pero luego ese material solo sirve para iniciar un proceso mucho más largo. Todo el libro llevó tres años de trabajo, cada cuento, unos cuatro o cinco meses. Como decía mi gran maestra Liliana Heker, esa primera versión que se escribe es solo la fatalidad del primer borrador. Cuando escribo, solo sé a dónde quiero llegar, es un estado emocional muy particular al que quiero llegar con el lector. El borrador trae algunas pistas, nada más, es casi como si en lugar de darte una receta te dieran solo los ingredientes con los que vas a trabajar. Podrían hacerse muchos platos distintos con esos ingredientes. Pero lo que a mi más curiosidad me da es preguntarme cuál es la mejor receta que me puedo inventar yo, desde mi propia percepción del mundo y con este material particular.

–“Yo escribo para no hablar”, decías en una entrevista reciente. Pero en “El buen mal” incluís el apartado “Sobre los cuentos”, que complementa las sensaciones que quedan flotando en cada uno de los relatos. ¿Cómo encontrás ese límite entre qué decir y qué insinuar?

–Tenés toda la razón, y soy consciente de que para mí es un gesto nuevo, no hay nada así en mis libros anteriores. Creo que hay una conjunción de varias cosas. Primero, hace varios libros que me siento muy agradecida por varias de las compañías que nombro, gente que me lee y me acompaña en estos largos procesos, especialmente la escritora Vera Giaconi. Creo que era momento de dar las gracias por escrito. También hay cuentos que necesitaron un poco de investigación, y gente que fue muy paciente ayudándome con eso y quería agradecerles. Y también, aunque estos cuentos no son para nada autobiográficos, sí habitan espacios muy personales en los que he estado, Hurlingham, donde crecí; rutas patagónicas que solíamos cruzar en coche con mi familia; Atlántida, donde veraneé muchas veces de chica; Shanghái, donde viví unos cuantos meses años atrás, en fin, son lugares que conecto con gente particular y emociones particulares que sentí que tenía ganas de compartir.

Entre redes y discursos

Samanta Schweblin es una de esas escritoras que no necesita demasiadas presentaciones. Por eso, cuando en febrero una noticia falsa anunció su muerte, el tema rápidamente se convirtió en trending topic en X (antes Twitter), espacio virtual que la propia Schweblin había abandonado meses antes, ya hastiada. “Porque no estoy más por acá es que puedo asegurar que estoy más viva que nunca”, escribió en su cuenta luego de varios meses de silencio. Lo hizo con el fin de desmentir esas fake news, pero también fue una nueva toma de posición de alguien que, al menos hoy, elige pensar (y pensarse) al margen del barullo conceptual y de registros que proponen las redes sociales.

Esa distancia (¿de rescate?) también habilita otras preguntas vinculadas al lenguaje y su potencia en medio de un contexto en el que la palabra se ha desprestigiado notablemente y los discursos de odio parecen ser la nueva norma.

–¿Cómo definirías tu experiencia en redes sociales siendo una escritora reconocida y una voz con peso en la opinión pública? ¿Cómo te ha ido en Bluesky hasta el momento?

–La verdad es que las uso poco, no sería justo hablar de mi experiencia en Bluesky teniendo solo un par de posteos desde que me mudé. Pero de esas pocas intromisiones puedo decir que Bluesky se parece mucho a los inicios de Twitter. Sin agresiones, sin ejércitos de trolls, bots y publicidades, más personal y más inteligente. Creo que estamos en un momento en el que los cuidados personales y comunitarios pasan por pequeñas resistencias hacia entornos aparentemente inofensivos, como los feeds a los que nos invitan algunas plataformas, o nuestras propias tendencias hacia las noticias más superficiales, las lecturas breves y las explicaciones simplificadas. No digo que para mí esta lucha sea fácil, a veces me siento bastante atrapada, pero intento ser consciente del peso de estas micro-no-decisiones que no ejerzo, intento medirme lo más posible, y de hecho es en el arte y en la conexión con los otros donde varias veces me digo “es esto, esto es exactamente lo que estaba buscando y necesitando”, y qué confusión tiene el cuerpo, y la cabeza, que se queda tantas veces vagando en la dirección opuesta. Hace tan bien esa distancia.

–Volviendo a la fake news, ¿qué reflexión hacés sobre ese episodio? ¿Cómo te impactó a nivel íntimo que se difundiera una mentira así? De algún modo, no deja de ser una extraña forma de reconocimiento…

–Fue un gesto molesto, no me gustó lo que pasó. Tuve que atajar llamados de gente muy querida que estaba asustada, y se fue además todo un día de mi trabajo en esos llamados y correos y mensajes.

–Tanto en Alemania como en Argentina, el avance de la extrema derecha es algo palpable en términos políticos y culturales. ¿Qué opinión te merece la proliferación y la normalización de discursos de odio, y el uso del lenguaje como una herramienta de ataque insensible?

–Esta manera de hacer política, de comunicarse y de ejercer desde el odio, me paraliza. Me resulta tan violenta que por momentos me cuesta reaccionar, y me pregunto si no será en parte lo que se busca. Acá, en Alemania, se festejó mucho que la mitad del voto de la gente joven fue por primera vez todo hacia el partido de la izquierda alemana. Pero lo que no circuló tanto es que la otra mitad votó al partido de la ultraderecha. Es decir, la nueva generación está aún más radicalizada que nosotros, lo cual me parece otra batalla perdida, y una tremendamente peligrosa.

–Vivimos en un mundo cada vez más revuelto, complejo, terrible de atestiguar y de habitar. ¿Cuál es la potencia de la literatura en este contexto? ¿Por qué seguir escribiendo en un tiempo en el que todo es tergiversable y en el que la inteligencia artificial avanza en todas las direcciones?

–La nobel polaca Wislawa Szymborska dice en uno de sus poemas, “prefiero el absurdo de escribir poemas al absurdo de no escribir poemas”. A eso me refería en mi respuesta anterior respecto a perder nuestra atención en las redes. No hay que dejar que esto paralice nuestra atención sobre las cosas que creemos realmente importantes. En esta nueva realidad marcada por la violencia del odio y la ignorancia, no hay nada como el ejercicio práctico de prestarnos verdadera atención cuando jugamos a ponernos en los zapatos del otro, y eso es algo que la ficción impone palabra a palabra.

Para ir

Samanta Schweblin presenta “El buen mal” este jueves 27 de marzo, a las 18.30, en el edificio de la Facultad de Lenguas de Ciudad Universitaria (bv. Enrique Barros s/n) y con la presencia de la escritora cordobesa Eugenia Almeida. Entradas disponibles hasta agotar la capacidad de la sala.

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