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«Un poyo rojo»: El regreso de una obra que sigue asombrando al mundo

Los ejercicios de calentamiento que hacen Luciano Rosso y Alfonso Barón mientras el público va acomodándose en la platea serían suficientes para mandar al hospital a cualquier oficinista promedio. Pero son apenas el preludio del impactante despliegue físico que se verá durante la hora siguiente, una combinación de danza de cortejo, combate bailado, duelo cómico, batalla sexual, acrobacia de historieta.

Todo eso es Un poyo rojo, una obra que fue mutando –incluso de intérpretes: Barón reemplazó a Nicolás Poggi- a lo largo de sus 15 años de historia, y que con más de mil funciones en 30 países -según jura el programa de mano- les cumplió a sus creadores el sueño de vivir de su arte: fue el pasaporte que les permitió radicarse en Francia.

Al carecer de diálogos, tener una puesta en escena austera e implicar a un acotado equipo técnico, es ideal para girar por festivales. O para volver, por una decena de funciones, como ahora, a su país de origen. Un banco, un armario de vestuario, un radiograbador: esa es toda la escenografía. Pero alcanza y sobra gracias a la extraordinaria capacidad de los dos actores/bailarines/atletas y la pericia del director Hermes Gaido para guiarlos.

Un poyo rojo, con Luciano Rosso y Alfonso Barón

Podría definirse a Un poyo rojo como la puesta en escena lisérgica de un episodio de Pepe Le Pew, el zorrino en celo que acosaba a una gata desesperada en los dibujitos animados de la Warner Bros. Esa es la dinámica que, con variaciones, va repitiéndose en el escenario: el personaje de Rosso intentando seducir al de Barón.

Con ese escarceo amoroso de fondo, entre los dos arman duelos acrobáticos y dancísticos en los que estos saltimbanquis modernos muestran un increíble dominio de cada músculo del cuerpo. Literalmente: desde las cejas hasta el dedo gordo del pie tienen su instante de protagonismo en cada uno de los disparatados cuadros. Casi no dejan recurso anatómico por usar.

Así, los dos machos de vestuario se van transformando en gallos de riña, aves deformes, felinos amenazantes, reptiles rastreros. O en bailarines de beatbox, reguetón o cumbia. Siempre compitiendo por la atención del público, mientras se mantiene el movimiento pendular de acercamiento/alejamiento del coqueteo homoerótico.

Un poyo rojo, con Luciano Rosso y Alfonso Barón

El radiograbador cumple un rol clave: Rosso y Barón improvisan a partir de lo que van sintonizando –ellos aseguran que no hay nada grabado, y habrá que creerles- en las radios AM y FM. Un gol de River, una canción de Celine Dion, una publicidad de cosméticos o un sermón paranormal: cualquier sonido que sale del aparato sirve para alimentar la comedia muda.

Justo a tiempo, cuando empieza a sentirse cierta repetición de los recursos, llega el final. Pero todavía queda una yapa: Rosso haciendo en vivo su gran hit, el playback viral de El pollito pío. Magistral.

Un poyo rojo, con Luciano Rosso y Alfonso Barón

Quedan cuatro funciones de «Un poyo rojo» en el Metropolitan (Av. Corrientes 1343). Serán los martes (a las 20) y miércoles (a las 20) próximos, y 4 (a las 20) y 5 (a las 22.30) de febrero (desde $22.500). El viernes 31 y el sábado 1° estarán, gratis, a las 20 en el Centro Cultural Munro (Vélez Sársfield 4650, Vicente López).

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