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Báez Sosa, el «Negro de mierda», y el odio de clase de Trump y Milei

Báez Sosa, el «Negro de mierda», y el odio de clase de Trump y Milei

Se cumplieron cinco años del asesinato de Fernando en Villa Gesell.

El rostro del diferente define el comienzo de la ética. No hay ejercicio más difícil –y quizás, más esencialmente humano– que preguntarse por las necesidades y emociones del otro. Se acaban de cumplir cinco años del crimen de Fernando Báez Sosa. Ocho rugbiers fueron sentenciados –por primera vez en el país– con el agravante de delito de odio. Están a la espera de la resolución de la Suprema Corte bonaerense.

Existe un odio de clase que idolatra la violencia extrema y sus placeres coercitivos. «A este negro de mierda me lo llevo de trofeo», se escuchó –según testigos– en la paliza a Báez Sosa. Esa violencia tan ligera de piel y huesos: un golpe, una patada, un insulto. Todo normal, naturalizado.

La violencia sobre el «negro» de clase fue siempre una obsesión concreta de la estructura económica dominante y jerárquicamente explotadora de nuestro país. Hoy goza de muy buena salud. El gobierno de Milei se ha convertido en una inquietante máquina de multiplicar el odio, de promover la cultura de la deshumanización del otro, de propagar la violencia, de inferiorizar para dominar, de colocar a las personas contra las personas. Para que la cultura del odio progrese es necesario mentir, distorsionar los hechos, atacar la solidaridad, declarar los derechos humanos como una amenaza, alimentar el odio racista, xenófobo, sexista, homófobo, que desembocan en prácticas de violencia obscena, irracional, como soporte inestimable de una opresión concreta.

La verdadera compasión por el otro solo puede ser incondicional y, precisamente, en tanto incondicional, solo puede darse como acto poético. Máximo Thomsen, uno de los condenados a cadena perpetua, decidió contratar a Francisco Oneto, ex candidato a vicegobernador bonaerense por la Libertad Avanza. Se entiende. Contar con un dirigente de extrema derecha para defender un caso de violencia extrema es de lo más consecuente. Las manzanas siempre caen cerca del árbol.

Desde siempre, la actividad normal de los poderes económicos ha consistido en influir sobre el poder político institucional con el fin de potenciar sus intereses. Pero nunca como hoy. La victoria de Trump se presenta como una especie de «reaganismo 2.0», pero el cambio es cualitativo: ya no se trata de que los poderes fácticos influyan o presionen sobre el poder político, sino que se incorporen a él. Normalizamos que los nuevos oligarcas tecnológicos se exhiban y dicten sus propias condiciones a los mercados. Príncipes medievales que intentan hacerte creer que es bueno para todos lo que es bueno para ellos: garantizar su riqueza y vaciar de poder cualquier autoridad pública.

Admitámoslo. Fernando Báez Sosa sufrió las consecuencias de unos matones con ideología de odio por ser un «negro de mierda». La justicia lo entendió así. Cabe preguntarse, ¿a cuánto cotiza hoy el kilo de odio en nuestro país?

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979.

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